En 1967, en la Universidad de Yale, se llevó a cabo uno de los dos experimentos más controvertidos de la sicología social.
Con el pretexto de una investigación científica muy importante para la humanidad, se pidió a un grupo de estudiantes -del que se habían descartado individuos que apuntaran rasgos de crueldad o instintos sádicos- que provocasen descargas eléctricas sobre un sujeto.
Por supuesto éstas no eran reales. El paciente fingía sufrirlas.
Si bien los que la aplicaban no lo sabían y pensaban que estas sobredosis eléctricas eran reales.
Con el pretexto de una investigación científica muy importante para la humanidad, se pidió a un grupo de estudiantes -del que se habían descartado individuos que apuntaran rasgos de crueldad o instintos sádicos- que provocasen descargas eléctricas sobre un sujeto.
Por supuesto éstas no eran reales. El paciente fingía sufrirlas.
Si bien los que la aplicaban no lo sabían y pensaban que estas sobredosis eléctricas eran reales.
En la investigación se partía de dos hipótesis. Una. Que nadie se prestaría a ello, a pesar de lo benéfico de los resultados; es decir una obediencia cero.
Dos. Que en el peor de los casos, nadie superaría un voltaje de 130 V (en casa tenemos 220 V).
Los resultados, desoladores. Conminados con frases como “continúe por favor”, “el experimento requiere que continúe”, “es absolutamente esencial que continúe” y, por último, “no tiene elección, debe continuar”, el 62,5% de los participantes obedeció todas las órdenes.
Es más, llegaron a proporcionar descargas de hasta 450 V. A pesar de que a partir de los 300 V, los pacientes-victimas tenían órdenes de fingirse muertos, de no dar señales de seguir con vida.
Terrible. Y no ha sido el único experimento de este tipo.
Sin embargo hay un dato alentador. Según el sociólogo S. Milgram, responsable de la investigación, hubo personas que se negaron desde el primer momento. Esperanzadora humanidad.
Dos. Que en el peor de los casos, nadie superaría un voltaje de 130 V (en casa tenemos 220 V).
Los resultados, desoladores. Conminados con frases como “continúe por favor”, “el experimento requiere que continúe”, “es absolutamente esencial que continúe” y, por último, “no tiene elección, debe continuar”, el 62,5% de los participantes obedeció todas las órdenes.
Es más, llegaron a proporcionar descargas de hasta 450 V. A pesar de que a partir de los 300 V, los pacientes-victimas tenían órdenes de fingirse muertos, de no dar señales de seguir con vida.
Terrible. Y no ha sido el único experimento de este tipo.
Sin embargo hay un dato alentador. Según el sociólogo S. Milgram, responsable de la investigación, hubo personas que se negaron desde el primer momento. Esperanzadora humanidad.
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