viernes, 6 de febrero de 2015

Ciencia del mito del 10 % (y 3)


(Continuación) Así que lo lógico es que dicha selección favoreciera a aquellos individuos que nacieran con un cerebro más pequeño y, por tanto, menos costoso y problemático.

No. También desde el punto de vista evolutivo, las preguntas no tienen respuestas, sencillamente, porque el mito es falso de toda falsedad. Además tenemos el problema del parto.

“Con dolor parirás los hijos” Génesis 3,16
Aunque las cifras anteriormente dadas para cráneo y cerebro, puedan parecer pequeñas, comparadas con las del resto del cuerpo, no debemos olvidar que somos macrocefálicos, y lo seríamos mucho más si nuestra corteza cerebral no tuviese una estructura tan plegada.

Lo que nos lleva al principal problema que tenemos los humanos como especie a la hora del parto, y que no es otro que el tamaño de la cabeza, de nuestro cráneo. Una consecuencia del gran volumen del cerebro.

Un problema porque su dimensión resulta costosa para la supervivencia, ya que puede poner en riesgo las vidas, tanto de la madre como la del hijo, durante el parto. Por esta razón, abandonamos el útero materno antes de estar plenamente preparados para sobrevivir por nuestra cuenta.

Los cerebros grandes requieren grandes cabezas para guardarlos, lo cual incrementa los riesgos asociados con el parto.

Si siguiéramos desarrollándonos en su interior, nuestra cabeza no podría pasar a través del cuello uterino. Así que, desde el punto de vista evolutivo, carece de sentido correr dicho riesgo, para luego desperdiciar el 90 por ciento de su capacidad potencial. Resulta ridículo nada más pensarlo.

Si no fuera necesario tanto cerebro para nuestras actividades, a buen seguro que la selección natural habría elegido humanos con cerebros más pequeños. Sencillamente morirían muchos menos niños y mujeres en el parto.

Sería pues un magnífico recurso de supervivencia de la especie.

Como pueden ver, los pasos de la evolución son coherentes con todo lo que hemos aprendido en las diferentes disciplinas relacionadas con el cerebro. Una perspectiva sobre la que volvemos.

Enfermedades y lesiones neurológicas
Porque nuestro cerebro es un sistema muy, muy, atareado pues no solo nos sirve para pensar o sentir. Nada más lejos de la realidad que esta creencia.

Hay muchas funciones corporales que dependen de la actividad del cerebro. Así a bote pronto se me ocurren: mantener la temperatura y los ritmos de sueño y vigilia; retener en la memoria lo que vamos haciendo en cada momento; controlar la secreción de muchas hormonas, etcétera.

Y para que el funcionamiento de nuestro cuerpo sea normal, es del todo necesario que casi todas y cada una de las partes trabajen a la vez durante la mayor parte del día, y no sólo una pequeña fracción de este tiempo.

Sobre este punto hay total consenso entre neurólogos en particular y neurocientíficos en general.

Pero es que, además y por desgracia, esto lo sabemos de forma empírica, sin necesidad de tener cuerpos y desarrollos teóricos.

A veces la vida nos enseña, y a nuestro pesar, que un pequeño accidente cerebral puede ocasionar lesiones con graves consecuencias, como la de impedirle a una persona realizar actividades tan frecuentes como caminar, hablar, aprender, memorizar, etcétera.

Un accidente digo, o el abuso de ciertas sustancias de las que, bioquímicamente, aniquilan nuestras neuronas. Una pérdida que en cualquiera de los casos es muy, muy, inferior al 90 % que supuestamente no utilizamos.

No. En estos casos de lesión cerebral, es cuando nos damos cuenta de que nos hace falta el cerebro en su totalidad. Y que no podemos prescindir de ninguna de sus partes, por muy pequeñas que sean.

Mucho menos si es nada menos que el mítico noventa por ciento (90 %).

Si fuera cierto el mito, y no usáramos ese elevado porcentaje de nuestra mente, nuestro rendimiento no debería verse afectado cuando se lesionan ciertas áreas del cerebro.

Es bien sabido que el daño de un área relativamente pequeña del cerebro (mucho menor del 90%), como el provocado por una apoplejía, puede tener efectos terribles.

Y lo mismo podríamos decir de las personas que padecen enfermedades neurológicas como la de Parkinson y Alzheimer. (Continuará)



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