sábado, 30 de mayo de 2009

Julio Verne (II)

(Continuación). Pero no todas sus extrapolaciones científicas fueron acertadas. Tuvo algunos errores. El mayor de ellos, el método de propulsión de la nave. La lanza como si fuera una bala, una experiencia demasiado peligrosa para los astronautas.

Si bien tal y como lo plantea técnicamente, los astronautas llegarían a la Luna, lo cierto es que no lo harían en muy buen estado. La causa: la brutal aceleración a la que se verían sometidos y que los mataría.

Recordemos que Verne utiliza un gigantesco cañón de trescientos metros (300 m) para lanzar la nave, que salía de él a 16 km/s. Un simple cálculo cinemático de MRUA (por la [3], Primero de Bachillerato) nos da una aceleración de casi 43 000 veces la terrestre. Siendo sólo ocho veces superior, tan solo, ya resulta mortal de necesidad. Por eso les decía.

No siempre es lo que parece
Como es sabido, los cohetes actuales alcanzan la velocidad de escape de forma progresiva, mediante cohetes autopropulsados. No en un único impulso o patada. Un error, éste de Verne, importante. Aunque no claro del todo.

En su defensa, algunos autores opinan que el escritor no podía ignorar esta realidad mecánica, y que no estaba ajeno a su imposibilidad física. Él sabía que su cañón no funcionaría en la vida real. Buena prueba de ello son las abundantes controversias e interrogantes que existen en la novela acerca de él.

Piensan que optó por esta solución dado el estado incipiente en el que se encontraba, en aquellos momentos, la técnica de cohetes. Y que por su primitivo desarrollo, la idea del cañón sería, por intuitiva, mejor aceptada por los lectores.

Juega a favor de esta hipótesis el hecho de que recurre a ellos, a estos principios físicos, para las maniobras del vehículo en el espacio. Un buen indicador de sus conocimientos reales.

El submarino de Julio Verne
El submarino es uno de esos tantos inventos que se atribuye a Julio Verne, de manera errónea. La realidad es que ya existían en esa época prototipos que funcionaban. Sin ir más lejos, en España, el licenciado en Derecho Narciso Monturiol y Estarriol se había adelantado unos años al literario submarino “Nautilus” de Verne.

Lo hizo con uno real, el “Ictíneo”. De hecho, con dos. En 1864, el español desarrolló con éxito un sistema de propulsión a vapor en su segundo submarino, el “Ictíneo II”. Es evidente que Monturiol, a no mucho tardar, deberá pasar por enroquedeciencia. Pero vamos a lo que estamos.

“Veinte mil leguas de viaje submarino”
En 1869, se cumplen 140 años, Verne daba los últimos toques a la primera novela oceanográfica del mundo: “Veinte mil leguas de viaje submarino”, y lo hacía con una inquietante pareja de protagonistas.

Ella, una máquina: el “Nautilus”, que tomó el nombre del submarino de propulsión manual, que había construido R. Fulton en 1800.

Él, un hombre: el capitán Nemo. Un ser misterioso, de origen desconocido, atormentada historia, en sempiterna lucha personal con los ingleses y alejado de la especie humana. Ése es Nemo. Quizás el personaje absoluto de Verne. El que mejor expresa su personalidad oculta. Aquella que nunca se atrevió a sacar a la luz.

Nemo, el héroe anarquista e individualista que vive en libertad. Verne, el escritor burgués que vive atado a un escritorio. Julio, el hombre revolucionario y rebelde. Orgullo, soledad y discreción. Al final de su vida dijo: “Me siento el más desconocido de los hombres”. Un chocante y amargo balance para un hombre con un cerebro tan extraordinario. (Continuará)

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