A las 1:15 del 18 de abril de 1955, Albert Einstein, fallecía en el Hospital de Princeton. Había ingresado cinco días antes a consecuencia de la ruptura del aneurisma, con un agudo dolor de ingle.
Tras negarse a ser intervenido quirúrgicamente para detener la hemorragia -alegó que sería una operación de muy mal gusto, dadas las circunstancias (“No necesito la ayuda de los médicos para morir”)- experimentó una leve mejoría y quedó ingresado.
La tarde del domingo 17 el paciente Einstein descansaba dormido, aunque tenía dificultades para respirar. Se temía lo peor.
La madrugada del 18, la enfermera a su cuidado le oyó murmurar algo. Al parecer, en un tono muy débil pronunció unas palabras en alemán.
Mas no las oyó con claridad y, por desgracia, ella no conocía el idioma. Poco después, Albert Einstein respiró profundamente dos veces y murió. Nunca conoceremos sus últimas palabras.
La noticia se supo a las ocho de la mañana y produjo una gran consternación en el mundo entero. De forma exhaustiva y extraordinaria, todos los medios de comunicación se hicieron eco del fallecimiento.
Pero sólo un periódico dio la noticia de una manera, a mi entender, magistral. Realizó a lápiz un simple dibujo necrológico del cosmos, mostrando a la Tierra junto a otros planetas. En ella, una enorme placa que decía: “Albert Einstein vivió aquí”. Genial sencillez.
Pocos meses antes de su muerte, Einstein, había manifestado el deseo de donar su cuerpo a la ciencia. Pero lo cierto es que no llegó a dejar instrucciones al respecto.
Por eso su cuerpo fue incinerado en Trenton, el mismo día de su óbito. Se hizo con sencillez y en la intimidad (sólo asistieron doce personas).
Aún hoy se mantiene en secreto el lugar donde están sus cenizas, aunque se cree que fueron esparcidas en el río Delaware.
Un homenaje a su querida afición por la navegación.
Lo que ya no ha permanecido tan en secreto es el hecho de que, en el momento de la incineración, era ya un cadáver sin cerebro.
Lo conservó en formaldehido y cortado en 240 trozos que introdujo en celoidina.
Pensó que sería importante para el mundo científico, poder examinarlo algún día. No estuvo mal pensado. Fueron tan extraordinarias las contribuciones intelectuales del genio a la ciencia. Y fue su mente tan diferente a la de los demás. Que resultaba lógico pensar que físicamente, su cerebro también lo fuera.
O al menos relativamente, si nos atenemos a una de sus citas (“Lo esencial en la existencia de un hombre como yo es lo que piensa y cómo lo piensa; no lo que haga o sufra”) .
El caso es que, después de ese día, el rastro del patólogo, y con él el del cerebro de Einstein, se perdió. No fue hasta 1978, que un reportero del New Jersey Monthly descubrió el paradero de ambos.
Desde entonces se han realizado tres estudios, publicados en 1985, 1996 y el último de 1999.
Todo por supuesto sin haber pedido autorización a nadie de la familia. Además consiguió una carta de autenticidad de dichos órganos. Ni que decirles que puso todo a buen recaudo.
En la actualidad poco es lo que se sabe de ellos. Sólo que se conservan en una caja de seguridad en Nueva York. Sobre este injustificable sucedido planea, entre otras, la sombra de la duda: ¿Interés científico, económico o fetichista?
Tras negarse a ser intervenido quirúrgicamente para detener la hemorragia -alegó que sería una operación de muy mal gusto, dadas las circunstancias (“No necesito la ayuda de los médicos para morir”)- experimentó una leve mejoría y quedó ingresado.
La tarde del domingo 17 el paciente Einstein descansaba dormido, aunque tenía dificultades para respirar. Se temía lo peor.
La madrugada del 18, la enfermera a su cuidado le oyó murmurar algo. Al parecer, en un tono muy débil pronunció unas palabras en alemán.
Mas no las oyó con claridad y, por desgracia, ella no conocía el idioma. Poco después, Albert Einstein respiró profundamente dos veces y murió. Nunca conoceremos sus últimas palabras.
La noticia se supo a las ocho de la mañana y produjo una gran consternación en el mundo entero. De forma exhaustiva y extraordinaria, todos los medios de comunicación se hicieron eco del fallecimiento.
Pero sólo un periódico dio la noticia de una manera, a mi entender, magistral. Realizó a lápiz un simple dibujo necrológico del cosmos, mostrando a la Tierra junto a otros planetas. En ella, una enorme placa que decía: “Albert Einstein vivió aquí”. Genial sencillez.
Pocos meses antes de su muerte, Einstein, había manifestado el deseo de donar su cuerpo a la ciencia. Pero lo cierto es que no llegó a dejar instrucciones al respecto.
Por eso su cuerpo fue incinerado en Trenton, el mismo día de su óbito. Se hizo con sencillez y en la intimidad (sólo asistieron doce personas).
Aún hoy se mantiene en secreto el lugar donde están sus cenizas, aunque se cree que fueron esparcidas en el río Delaware.
Un homenaje a su querida afición por la navegación.
Lo que ya no ha permanecido tan en secreto es el hecho de que, en el momento de la incineración, era ya un cadáver sin cerebro.
Un cadáver sin cerebro ...
En efecto. El mismo día de su muerte, T. Harvey, patólogo del hospital y autor de la autopsia del cadáver de Einstein, por su propia cuenta y riesgo, decidió extraerle el cerebro.Lo conservó en formaldehido y cortado en 240 trozos que introdujo en celoidina.
Pensó que sería importante para el mundo científico, poder examinarlo algún día. No estuvo mal pensado. Fueron tan extraordinarias las contribuciones intelectuales del genio a la ciencia. Y fue su mente tan diferente a la de los demás. Que resultaba lógico pensar que físicamente, su cerebro también lo fuera.
O al menos relativamente, si nos atenemos a una de sus citas (“Lo esencial en la existencia de un hombre como yo es lo que piensa y cómo lo piensa; no lo que haga o sufra”) .
El caso es que, después de ese día, el rastro del patólogo, y con él el del cerebro de Einstein, se perdió. No fue hasta 1978, que un reportero del New Jersey Monthly descubrió el paradero de ambos.
Desde entonces se han realizado tres estudios, publicados en 1985, 1996 y el último de 1999.
... Y sin ojos
Sí. No sólo le extrajeron el cerebro. El oftalmólogo del hospital, H. Abrams, durante la autopsia separó los globos oculares del cadáver y los conservó, a título particular, durante años.Todo por supuesto sin haber pedido autorización a nadie de la familia. Además consiguió una carta de autenticidad de dichos órganos. Ni que decirles que puso todo a buen recaudo.
En la actualidad poco es lo que se sabe de ellos. Sólo que se conservan en una caja de seguridad en Nueva York. Sobre este injustificable sucedido planea, entre otras, la sombra de la duda: ¿Interés científico, económico o fetichista?
3 comentarios :
-Para poder resolver adecuadamente el enigma de la materia oscura, tenemos que aceptar que el interior de las estrellas es un agujero negro, donde reside la materia faltante e invisible que hace falta para explicar las altas velocidades orbitales.
- Si las estrellas son las fábricas de los elementos tienen que almacenarlos hasta su posterior liberación al explotar como supernovas.
- Las estrellas no pueden ser sólo plasma o esferas de hidrógeno.
-Los agujeros negros no son eternos.
- Las estrellas tampoco son eternas.
-Todos los cuerpos celestes se reciclan.
-Todos los agujeros negros explotan.
-Las explosiones cósmicas hacen parte del proceso cíclico normal del reciclaje energético: la gravedad concentra masa y las explosiones y colisiones la dispersan e impulsan los movimientos inerciales y orbitales.
-Las explosiones de rayos gama son también consecuencia de las explosiones de agujeros negros, ya sean solos, como centros galácticos, como núcleos estelares o como grandes atractores de grupos de galaxias.
- Los agujeros negros son de forma esférica y su horizonte de sucesos también es esférico.
Los núcleos de las estrellas son agujeros negros.
La capa externa, incandescente y visible de las estrellas está por fuera del horizonte de sucesos.
Las manchas solares muestran ocasionalmente el agujero negro en el interior del sol, a través de los espacios donde no hay actividad nuclear.
La información que tenemos sobre las estrellas es solamente sobre sus partes externas, o sea de las que están por fuera del horizonte de sucesos y de su interior no sale ninguna información y es allí donde reside la mayor parte de la materia oscura. Por eso se ha creído erróneamente que las estrellas son gaseosas.
Estas son afirmaciones del libro “Teoría sobre el Universo” si deseas tenerlo te lo obsequio, solicitándolo a: martinjaramilloperez@gmail.com
A proposito de Einstein, oí ayer en televisión la noticia sobre el posible error por parte del genio al afirmar la imposibilidad de cualquier partícula de viajar a velocidades superiores a la de la luz, pues científicos de la NASA habían comprobado que la velocidad de los neutrinos podrían rebasar esta velocidad en unos seis (6) kilómetros por segundo (km/s). Me gustaría saber qué piensa usted, respecto al reciente descubrimiento, pueden cambiar las concepciones de este nuestro universo. Espero conteste a mis inquietudes. Le saluda y felicita por su blog un exalumno machadiense suyo, David Rincón
Hola David. Me alegra mucho saber de ti. Ya me contarás qué estás haciendo.
En el blog espero sacar un par de entradas en estos días, y seguro que el asunto lo llevaré al programa de radio del miércoles.
Gracias por tu aportación y amables palabras.
Hasta cuando quieras.
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