martes, 25 de marzo de 2008

Mujer y Ciencia (I)

En lo que respecta al binomio que intitula, en el primer decenio del siglo XXI, la situación en Andalucía, España, Europa y el mundo no parece ser muy diferente.

Las mujeres ingresan en la Universidad en mayor proporción que los hombres y, si bien son minoría en algunas disciplinas científicas e ingenierías, su presencia es mayoritaria en las ciencias médicas y biológicas.


Un porcentaje que se mantiene hasta la licenciatura, disminuye algo en la etapa de doctorado y se hunde a continuación.

Es cuando se produce el gran abandono, por parte de la mujer, en la carrera científica. Se da lo que en estadística se conoce como gráfica de sierra y que, en astronomía, vendría a ser un negro agujero galáctico.

A partir de ahí, conforme se sube en la jerarquía académica, más alarmante y desfavorable es la proporción de mujeres respecto a la de hombres ¿Por qué esta escasa presencia de mujeres en las carreras científicas? O lo que es lo mismo…
¿Tiene sexo la ciencia?
Dado que las características comunes del científico, entre otras y a saber, son: conocimiento, capacidad, esfuerzo y suerte, a nadie escapa que ningún sexo en concreto está detrás de ellas. 
Resulta evidente que ambos sexos gozan de esos atributos, de modo que no hay causas objetivas para que exista discriminación profesional. Luego, objetivamente, la ciencia no tiene sexo. Pero la discriminación profesional existe. Paradójico.
A no ser que, dicha afirmación de no tener sexo signifique, en realidad, que no tiene más que uno. Por supuesto, el masculino. Cuál si no. Lo que nos lleva a una preocupante conclusión. La ciencia es sexista y sus mecanismos de selección favorecen a los varones, en detrimento de las hembras. Indignante. 
Pero lógico y esperable, si caemos en la cuenta de que la ciencia es una parte de la sociedad. Y tan sexista como el resto. Visto así, no podía ser otro el resultado.
Una discriminación de género que supone para la mujer, y en la mayoría de los casos, que deba demostrar el doble que el hombre, en todo. Para que sólo se le considere al mismo nivel, en lo que sea. Se llama sexismo.

Aunque escribamos que la ciencia no tiene sexo, y el diccionario de la RAE nos diga que ciencia es un sustantivo de género femenino, la realidad habla, y de forma tozuda sostiene que ciencia se sustantiva en masculino.
Ciencia, también, tiene nombre de mujer
Los motivos de la discriminación científica de la mujer, cualquier alcanza a comprender que deben ser varios y variados. Aun a riesgo de caer en el reduccionismo, los categorizaré en tres grandes grupos: profesionales, biológicos y académicos.

Y así, todos los datos de los que disponemos apuntan a que son muchas las científicas que tienen la sensación de estar sometidas, en su profesión y siempre, a examen.

Como si, constantemente, tuvieran que demostrar sus conocimientos y valía. Una impresión molesta que, es curioso, no se suele presentar en el caso de los hombres.

Esta duda, en el día a día, de la valía profesional de las científicas puede llevar, incluso, a la ocultación de un descubrimiento relevante.
Ilustran esta discriminación los casos de Marie Lavoisier, Caroline Herschel o Susan J. Bell. (Continuará)

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