Este año se cumplen dos siglos de su nacimiento.
Y quizás estos últimos días de la primavera, sean un buen momento para recordar a quien nació como Augusta Ada Byron (1815-1852) y hoy día, está reconocida como la primera programadora en la historia de la informática y la única mujer que, desde 1979, da nombre a un lenguaje de programación, ADA.
Ada Byron o Lovelace, por el título de su marido. Una mujer que fascina, por ser la protagonista de una biografía en la que se entremezcla lo científico y lo artístico. No en vano fue hija de quien fue. Y es que esta historia empezó hace dos siglos.
Mamá fue A. I. Milbanke, Annabella (1792-1860), que recibió una esmerada educación y una más que notable formación en materias como literatura, matemáticas, filosofía y astronomía. Una joven que era la antítesis del carácter apasionado y temperamental de quien sería papá, George Gordon Byron (1788-1824), el poeta.
Uno de los escritores más influyentes del Romanticismo.
De los comienzos de su romance y del cortejo que le suele acompañar, proviene la expresión con la que el poeta la llamaba: “Princesa del paralelogramo”.
Un, supuestamente, cariñoso reconocimiento hacia su saber geométrico, pero que nada más casarse se tornó en otro, éste vejatorio, el de: “Cabeza cuadrada”. O sea un mote.
Claro que la señora de Byron no se cortó lo más mínimo y lo despachó con “no me cuentes versos, poeta”. Y se lo dijo, nada menos que al mayor poeta de su tiempo y en los albores, casi, del siglo XIX.
Estaba clara la antítesis de los cónyuges. El matrimonio estaba destinado al fracaso, y así fue. Se separaron cuando Ada cumplió cinco semanas. Cuatro meses después, lord Byron, abandonaba Inglaterra acuciado por los rumores sobre su tumultuosa vida.
Según parece, y uno de los argumentos de Annabella para la separación de su marido, fue el rumor de una relación incestuosa de éste con su media hermana, Augusta, y de la que nacería una hija. Un hecho que siempre negaron los involucrados.
En cualquier caso, el verano de 1816 el poeta lo pasó en Suiza con Percy y Mary Shelley, sí la autora de la novela Frankestein. Un nexo que también tiene su morbo, pero que debo dejar aquí y ahora, aunque estarán conmigo, habrá que retomar a la menor oportunidad.
Por cierto, lord Byron nunca volvió a ver a su hija. De hecho ella nunca lo conoció, más que por su obra.
Es tu rostro como el de tu madre, ¡mi hermosa niña!
¡Ada! ¿Única hija de mi casa y de mi corazón? Así comienza el triste poema con el que el poeta se despide de su única hija legítima, Augusta Ada Byron, a quien escribía a menudo, dedicó numerosos poemas (el nombre de Ada aparece con cierta frecuencia entre las heroínas de sus obras) y, al parecer, para ella fueron sus últimas palabras.
Porque, naturalmente, Ada quedó al cuidado y educación de su madre, Annabella, quien puso todo su empeño en promover el interés de la niña hacia las matemáticas y la lógica. Lo hizo no sólo por sus propias preferencias científicas, sino por un humano y comprensible intento para apartarla de todo aquello que ella tenía asociado al carácter insano de su padre.
Con su empeño en educar a su hija en disciplinas científicas, digamos “severas”, pretendía alejarla de las "triviales" tendencias literarias paternas, y así enfriar los previsibles “vapores de fantasía” que hubiera podido heredar de su padre.
Algo que consiguió sólo a medias. Y si es cierto que la niña logró en ciencias lo que logró, no lo es menos que nunca se olvidó de su padre. Es más, tras su muerte, fue enterrada junto a él por deseo expreso.
De forma que la vida de Ada, en lo social, estuvo marcada por la personalidad estricta y puritana de su madre y por el ambiente culto y refinado del que formó parte. Otra cosa fue en lo humano.
“Mi princesa del paralelogramo”
Desde que nació, Ada, fue una niña enfermiza. Con 14 años sufrió una parálisis que le impidió caminar durante tres años. Mucho tiempo para cualquiera, más para una criatura de esa edad. Sin embargo esta desgracia la convirtió en una mujer de gran voluntad y personalidad fuerte y estricta, a la vez que la dotó de una notable formación científica. (Continuará)
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