(Continuación) Volviendo a lo que nos trae la cuestión es que, a consecuencia de dicha comparativa, todo lo concerniente al mal empieza a experimentar una sigilosa relativización, empequeñeciéndose maldades pasadas, presentes y futuras.
Las fronteras movedizas del mal
De alguna forma, la información sobre la maldad (y
sobre los malos) parece impermeabilizar a la gente y a las fronteras del mal, y
en un mundo hiperconectado como el actual, aquellas se hacen más flexibles e innovadoras en términos morales.
Y
así, cosas que antes eran consideradas como malas -sirva de ejemplo la homosexualidad,
perdón por mi simplismo y falta de atención a la diversidad-, ya no lo son o
empiezan a dejar de serlo, lo que, ni decir tiene, está bien. Lo que no lo está
tanto es el hecho de que esta sigilosa relativización trae consigo también una
deriva intelectual de efecto perverso.
Perverso porque la culpa se desvanece y ahora la tienen otros fenómenos como el capitalismo, el instinto territorial innato, la psicopatología, y así todo un rosario de especulaciones, casi ad infinitum o ad nauseam a elegir, que muestran la incapacidad de la razón para explicar la maldad en ciertas personas. Una aporía a la que, hay que reconocerlo, contribuye poco la ciencia moderna.
Los límites del mal: Ciencia Moderna
Poco le digo porque, con su llegada, siguió
socavándose la noción de responsabilidad y con ella la de la mala conducta y el
daño intencional; no en vano, en esta línea de razonamiento, el mismo malvado
es víctima a su vez de pasiones incontrolables, genes equivocados, ADN heredado
o de la propia experiencia.
Un argumentario que seguro ha oído y por el que la
culpa se desvanece quedando minada la noción de responsabilidad. Me explico. Si al
hecho de que, por un lado, para el filósofo
neerlandés Baruch Spinoza (1632-1677) “los
humanos se creen libres porque conocen sus actos, pero no las causas de estos”.
(Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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