Pero no crea que es un mote puesto por sus colegas y con
intenciones no confesables, nada más lejos. Son ellos mismos los que se hacen
llamar “los margaritos”, tan orgullosos están de pertenecer a la escuela de investigación
de ella.
La misma que ha continuado hasta nuestros días y arrancó en
1967, con el primer grupo de investigación de genética molecular español,
haciéndolo en el CIB de Madrid. Para no pocos, esta red de investigadores es el
mayor legado de Margarita Salas a la ciencia.
Centro de Investigaciones
Biológicas ‘Margarita Salas’
Hace tan solo un par de años, en 2019 -unos días después de
su muerte y unas semanas antes de que empezáramos a saber de la pesadilla pandémica
que sufrimos y conocemos como COVID-19, producida por el coronavirus SARS-CoV-2-, en su honor el CIB pasó a denominarse Centro de
Investigaciones Biológicas Margarita Salas. Lo que está muy bien.
Pero volvamos a 1967, cuando para el mundillo científico Margarita
era tan solo la mujer del doctor Viñuela y, como equipo, tenían la
ineludible e imperativa cuestión de decidir sobre qué tema o temas iban a
investigar.
El virus fago Φ29
Y el elegido fue uno sobre el que ambos habían hecho un
curso en EE. UU., los fagos, en concreto el fago Phi29, uno que es
pequeño, pero morfológicamente complejo, infecta a las bacterias y, lo más interesante,
había dado lugar a las primeras aportaciones a la genética molecular en
la década de los cincuenta. O sea, miel sobre hojuela. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas
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