En
busca de argumentos
El tiempo pasó y hete aquí
que en 1920 se produjeron un cúmulo de circunstancias favorables para la candidatura
de Guillaume. Para empezar, estaba reciente el final de la Primera Guerra Mundial
y se consideró que dar el Nobel al director de una institución
internacional como la Oficina Internacional de Pesas y Medidas -que era un
magnífico ejemplo de cooperación entre países- constituía algo muy conveniente.
De modo que el comité encargó
a un físico experto en magnetismo terrestre, Vilhelm Carlheim-Gyllensköld
(1859-1934) que elaborara un informe favorable del candidato, en realidad se trataba
de un mero trámite, un formulismo, lo malo es que se complicó porque fue
incapaz de encontrar una razón convincente un argumento de peso de por qué
debería concedérsele el premio. No me diga.
Tras
el chantaje emocional
Como ya se puede imaginar se le concedió ese postrero
deseo y este año la prensa sueca tuvo algún que otro problema a la hora de explicar
por qué un metalúrgico totalmente desconocido ganaba el de
Física de ese año. Ni que decirle tengo que hasta el propio Guillaume se sorprendió
al serle notificado el veredicto.
No pudo ser y eso que el año de 1920 parecía proclive
para los teóricos, tras la concesión al físico alemán Max Planck (1858-1947),
considerado el fundador de la teoría cuántica y galardonado con el Premio
Nobel de Física en 1918 ‘por las aportaciones que realizó en favor al
avance de la física, debido a sus descubrimientos sobre los cuantos de energía’.
Pero no, y la cosa no marchó mejor al año siguiente. (Continuará)
[*] Introduzcan
en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva,
si desean ampliar información sobre ellas.
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