Fueron unas declaraciones tranquilizadoras para los lectores
nacionales, en el sentido de que manifestaba que dichas palabras no habían
salido de su boca y que más bien había pronunciado exactamente lo contrario.
“No soy revolucionario, ni siquiera en el terreno
científico, puesto que quiero conservar cuanto se pueda y pretendo eliminar tan
solo lo que obstaculiza el progreso de la ciencia”. En fin, un malentendido
al parecer, o no.
En la estación de
Mediodía
Era el jueves día 1 de marzo, el primero de una
decena de días cargados de una actividad frenética, tanto en lo personal y
privado como en lo público y oficial, y de no pocas anécdotas de las que da
cumplida cuenta el historiador estadounidense Thomas Glick en su libro Einstein
y los españoles (1986).
Una de las cuales no me resisto a recordársela ahora por ser
una magnífica ilustración de lo que representó la visita del genio a nuestro
país. Cuenta Glick que en uno de los paseos que Einstein solía dar por Madrid
fue reconocido por una vendedora de castañas quien le gritó: “¡Viva el
inventor del automóvil!”. Qué me dice.
Y es además un magnífico reflejo de lo que, para la gran
mayoría de los españoles, supuso la visita del físico: una celebridad entre
nosotros que muchos reconocían, pero de la que nadie (o casi) sabía apenas nada
ni, por supuesto, entendía una sola palabra de lo que hablaba.
Visitas, recepción
y conferencia
Al día siguiente de su llegada, viernes 2, el
científico lo dedica a visitar el Laboratorio de Investigaciones Físicas de Blas
Cabrera y a asistir al espectáculo Tierra de nadie en el Teatro
Apolo.
[*] Introduzcan
en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva,
si desean ampliar información sobre ellas.
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