(Continuación) En teoría, si se traza una línea recta desde la Puerta Osario hasta la Puerta Real y otra desde la Puerta Jerez hasta el Arco de la Macarena ambas se cruzan en este lugar. Desde entonces las Ordenanzas Municipales recogen que la numeración de los edificios deberá empezar desde el extremo más próximo a la susodicha concha.
Un orden numeral en las calles que se hizo necesario cuando, en el siglo XIX, se empezó a organizar a nivel nacional el sistema postal, origen del que tenemos en la actualidad.
A diferencia de hoy, el
incremento en el envío de cartas era entonces tendencia y el establecimiento de
un buen sistema de rotulación y numeración de las calles, acompañado de un
código postal, era imprescindible para una eficaz y correcta entrega de las
mismas.
Por cierto, ¿es conocedor de que cada esquina de esta calle tiene un código postal diferente?
Sensaciones
navideñas
Al margen del papel centralista que esta calle siga jugando a efectos legales, en lo que a mí concierne y perdone la auto referencia, la estrecha, peatonal, muy transitada y comercial José Gestoso representa, sobre todo, el sonido, color y olor de la Navidad de mi niñez y adolescencia.
Como lo lee, sensaciones y ¿sentimientos? unidos a una
calle y si usted, amable lector, ha superado de largo el medio siglo de
existencia, seguro que está al tanto de lo que digo y siento. En mis recuerdos
es la calle navideña por antonomasia.
Donde iba a comprar con mi padre: las figuritas para el
Belén, de barro en aquellos primeros entonces; el corcho para el portal y las
montañas al fondo; el serrín para el camino de los Reyes Magos; o el “papel de
plata” (de aluminio, en realidad) para el río.
Y, cómo no, las gafotas y narices postizas; los “matasuegras”; los gorros y caretas para el cotillón; los petardos de Nochevieja, con su estridente sonido y característico olor a pólvora al tirarlos contra el suelo; o los “polvos picapica”, ya sabe. Ya, ya, lo sé, me ha quedado un final algo antañón y viejuno, pero qué quiere, es fruto de la edad que tengo.
Adenda
de la inexistencia del “año cero”
En otro orden de asuntos, no crea que he olvidado la explicación -la de que no existe el año cero, titotatín tatín, ta ti to, ti to tín- pero por razones de espacio, tiempo y otras naturalezas que ya le desvelaré, no la pondré negro sobre blanco hasta la entrega callejera vinculada a nuestro Premio Nobel en Literatura de 1904, el polímata madrileño José Echegaray (1832-1916). (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
[**] El original de esta entrada fue
publicado el 19 de septiembre de 2022, en la sección DE CIENCIA POR SEVILLA,
del diario digital Sevilla Actualidad.
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