Hace más o menos un mes le escribía, aunque sólo de pasada entonces, acerca de esta ley del encabezado que, si bien cuenta con precedentes que se remontan al siglo XVIII, digamos para los intereses que nos traen aquí, fue formulada públicamente por primera vez en enero de 2013 por un tal Alberto Brandolini, italiano y desarrollador de programas de computación.
‘Thinking, Fast and Slow’, 2001
Quien afirmó haberse inspirado en
la lectura de este libro, traducido como “Pensar rápido, pensar despacio”,
del psicólogo israelo-estadounidense Daniel Kahneman (1934), autor de estudios sobre conceptos
como: psicología del juicio, toma de decisiones y economía del comportamiento.
Por lo que tengo leído, algunos
de sus resultados empíricos desafían el supuesto de la racionalidad humana que
prevalece en la teoría económica moderna, o sea que por un lado, no se trata de
un asunto menor y, por otro, hablamos de un psicólogo y no de un economista.
Una lectura, que también afirmó haber realizado justo antes de ver un programa de entrevistas políticas, donde el periodista Marco Travaglio y el ex primer ministro Silvio Berlusconi se atacaban mutuamente. En fin, cosas que pasan.
Kahneman y Dyson
Por completar la información,
sepa que dicho libro fue reseñado en New York Review of Books, nada menos
que, por el físico teórico y matemático británico-estadounidense Freeman
Dyson (1923-2020).
Sí, quien está pensando y es conocido
por sus contribuciones en electrodinámica cuántica, física del estado sólido,
astronomía e ingeniería nuclear, y archiconocido, claro, por la revolucionaria e
hipotética megaestructura de tamaño astronómico denominada esfera de Dyson.
Esa capaz de contener a toda una estrella, lo que permitiría a una civilización avanzada aprovechar al máximo su energía lumínica y térmica y a partir de ahí, bueno, bueno. Vamos lo que se dice ciencia y ciencia ficción de las buenas.
Ley de Brandolini
Para que termine de hacerse una
idea, de por donde anda el nivel científico de la supuesta ley, su enunciado
reza así: “La cantidad de energía que se necesita para refutar (o corregir) una
estupidez, es de un orden de
magnitud superior a la que se necesita
para producir esa misma estupidez”.
Como puede ver, y si nos
atenemos al texto, la susodicha es todo un misil de ironía bajo la línea de
flotación de cualquier razonamiento, y a la que no pocos, desde el punto de
vista técnico, no consideran una ley sino un principio. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
Una temática novedosa y un comienzo prometedor, espero con impaciencia la continuación.
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