(Continuación) Además, intuyó la procedencia extraterrestre de los meteoros y que las estrellas fugaces eran radiantes, es decir, que tienen su procedencia aparente en la misma zona del cielo, en su caso la constelación de Leo. Por todo lo apuntado anteriormente, Denison Olmsted, está considerado como el pionero en la ciencia de los meteoros.
Y a título de curiosidad
ha de saber que, esas leónidas de 1833, fueron excepcionales pues cuentan que
se llegaron a ver alrededor de veinte estrellas fugaces por segundo (20 met/s) durante
seis horas (6 h). Una auténtica barbaridad meteórica por la que la gente se
aterró al creer que llegaba el fin del mundo. Natural.
Una cuestión relativa
En general, las lluvias
de estrellas fugaces se producen cuando nuestro planeta atraviesa una zona del
espacio especialmente plagada de “piedrecitas”, que no son más que los
escombros que deja a su paso algún asteroide o cometa. En nuestro
caso, uno de los más famosos el 109P/Swift-Tuttle.
Aunque bien pensado, podríamos decir que los fugaces somos nosotros, que al girar de forma veloz (107 280 km/h) alrededor del Sol y en nuestro camino atravesarlas (meteoros), terminamos siendo impactados (meteoritos) con la no menos rápida velocidad de 57 km/s, equivalentes a 205 200 km/h.
Sí. Lo de fugaz es otra cuestión
relativa, en esta ocasión cinemática, sea de relatividad galileana (1632) o
einsteniense (1905).
Ortografía astronómica
Aplicada a la agosteña
lluvia de estrellas, perseidas, la recomendación es que se escriba
preferentemente con minúscula, al no ser el nombre propio de un objeto
astronómico singular.
Es así como aparece
escrito en el Diccionario de uso del español, de María Moliner,
al definir la voz como: ‘estrellas fugaces cuyo punto radiante está en la
constelación de Perseo; suelen observarse alrededor del 11 de agosto, fecha en
que la Tierra cruza la órbita de ellas’.
Al no tratarse del nombre de un cuerpo celeste diferenciado -el satélite Luna, el cometa Halley, el planeta Mercurio o la estrella Sol-, sino el de un fenómeno astronómico y atmosférico, va con minúscula.
Algo similar a lo que
ocurre con otros fenómenos como las auroras, los eclipses, las fases
lunares o vientos, correspondientes a nombres comunes descriptivos. En
esta misma línea gramatical, es preferible también la minúscula para otras
lluvias: leónidas (de Leo o León), dracónidas (de Draco o Dragón)
y gemínidas (de Géminis).
Incluso es admisible
llamar dracónida, leónida o perseida, en singular, a cada una de esas
estrellas fugaces. Para el nombre popular de estas últimas, lágrimas de San
Lorenzo, se aconseja escribirlo con la “ele” de lágrimas en minúscula. (¿Continuará?)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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