(Continuación) Además, durante mucho tiempo
fueron la base de todas las efemérides que se publicaron en España y su
influencia se extendió a toda Europa, siendo utilizadas desde 1292 hasta 1627.
Tablas rudolfinas o rodolfinas
En el ínterin de esos poco más de tres siglos,
y durante el XVI, el astrónomo polaco renacentista Mikołaj Kopernik
(1473-1543) pensó que quizás el universo no era tal como decían y se
planteó un modelo heliocéntrico, ya propuesto un milenio antes por el
astrónomo y matemático griego Aristarco de Samos (310-230 a. C.), sólo que
entonces no cuajó. Algo que sí ocurrió en el digamos “momento copernicano”, lo
que motivó que en el primer cuarto del siglo XVII, las tablas alfonsíes fueran
sustituidas por las rudolfinas.
Elaboradas por el astrónomo y matemático
alemán Johannes Kepler (1571-1630) a partir de los datos recabados de
las observaciones del astrónomo danés Tycho Brahe (1546-1601), y de las
conocidas tres leyes de la cinemática celeste del danés -que seguro
estoy recuerda de sus tiempos bachilleres-, dichas tablas hacían posible el
cálculo directo de las órbitas de los planetas sin necesidad de
observación.
Todo un avance para la época, a qué dudarlo. Kepler
las llamó rudolfinas (en latín, Tabulae Rudolphinae) en homenaje al
emperador Rodolfo II, bajo cuyo mecenazgo habían trabajado ambos
astrónomos.
Dando un consejo a Dios
Está constatado el papel más o menos directo
que Alfonso X jugó en toda la actividad cultural que emprendió durante
su reinado, pues suyas eran las ideas, de él partían las instrucciones para
llevarlas a cabo y era él quien aportaba los recursos para realizarlas. Incluso,
en algunos casos, se implicaba en parte de su ejecución como ocurrió con las
tablas, que se encargó de supervisar.
Una frenética actividad que le llevó a
apreciar lo que de complicado y complejo tenía, desde el punto de vista
matemático, la tarea emprendida de adaptar el modelo geocéntrico para poder
explicar con él los movimientos de los cuerpos celestes. Un sistema de locos
que no dejaba de complicarse a cada paso y que terminó resultando exasperante.
Lo suficiente como para hacerle decir a todo
un rey sabio, lo que dijo a la vista de los problemas que planteaba el modelo
geocéntrico: “Si Dios me hubiera pedido consejo…”. Al final tenía razón
Aristarco y Alfonso no era Johann, no, no lo podía ser. Tan solo era un rey.
Y no, no me he olvidado de la anécdota del
nomenclátor, resulta que el rey tiene una céntrica calle a su nombre en
Sevilla, bueno tampoco es así exactamente. Además, antes dicha vía tenía otro un
nombre, que si le digo cual era... Pero no será en esta ocasión, necesito algo más de espacio para contársela
bien, por lo que tendrá que ser en otra. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva,
si desean ampliar información sobre ellas.
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