Hace unos días, a propósito del pasado equinoccio de septiembre y el consiguiente cambio astronómico de estación (Otoño 2020. Inicio astronómico), le escribía entre otras cuitas estacionales de nuestra estrella y de su actividad, pero no de la benéfica, de aquella íntima relación de la depende toda la vida terráquea, todo tipo de vida conocida en el planeta. No de la acción del Sol amigo.
Sino de la presencia en su superficie de
manchas, protuberancias y fulguraciones que emiten radiación electromagnética de todas las longitudes de onda del
espectro y con diferentes intensidades, que al interaccionar con el campo
magnético terrestre producen en la ionosfera las denominadas tormentas
solares o geomagnéticas.
Un breve fenómeno natural extraterrestre, suele durar tan solo unos minutos, que puede resultar potencialmente peligroso para el planeta pues, al interactuar los rayos X y las radiaciones ultravioletas (UV) que porta con la atmósfera terrestre -en particular con la ionosfera, capa que se extiende entre los ochenta y los quinientos kilómetros (80-500 km) de altitud, es decir entre la exosfera, capa más externa, y la mesosfera- incrementan su nivel de ionización.
Un aumento de fotoionización que trae como consecuencia
inevitable grandes concentraciones de electrones libres que pueden afectar
a la meteorología (mayor
presencia de auroras polares), influir en la trayectoria de los satélites
artificiales, interferir con algunos tipos de comunicaciones terrestres (propagación
de las ondas de radio) e incluso perjudicar al sistema eléctrico
de un país o incluso de un continente.
Una idea terrible que aterroriza solo pensarla, dada la dependencia extrema que la humanidad tiene hoy día de la electricidad. O sea, la acción del Sol enemigo.
Actividad solar
Se trata de una actividad de la que sabemos sigue
un periodo de aproximadamente once (11) años y que está asociada al ciclo
magnético de la propia estrella. En la actualidad nos encontramos en el ciclo
solar número veinticuatro (24), que se inició en diciembre de 2008 y alcanzó su
máximo durante la primavera del año 2014.
En mayo de este año 2020 se detectó la mayor
fulguración desde octubre de 2017, lo que a juicio de científicos de la NASA
podría indicar que el Sol “está despertándose” y comenzando un nuevo ciclo de
erupciones. Apunta un prudente “podría indicar” porque, aunque estos ciclos de
emisiones solares suelen durar once años, no se conoce con exactitud su ritmo.
Según las estimaciones realizadas por NOAA y Space Weather Prediction Center, durante este otoño el número de manchas solares seguirá decreciendo hasta alcanzar valores comprendidos entre 0 y 12, apuntando todo lo que sabemos a que durante este año terminará el ciclo 24 y comenzará un nuevo ciclo solar, el número 25. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva,
si desean ampliar información sobre ellas.
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