(Continuación) Y en tercer
lugar, esto a nivel de inconsciente colectivo, por su asociación en el fondo con la misma mierda,
pues no olvidemos que el alto valor del oro, en buena medida, proviene
de ser un bien escaso y de larga duración, pero en realidad su naturaleza no
deja de estar ligada a las entrañas de la tierra.
Una circunstancia que
según el psicoanálisis freudiano -vaya por Dios o por Alá, pero la
verdad es que no sé a quién encomendarme en este caso-, estaría unida a la incontenida
etapa evacuadora anal de la infancia del ser humano. Vamos que sus excrementos
son la primera ofrenda, el primer producto y regalo que el niño ofrece a sus
mayores, por lo que acabo tan escatológicamente esta entrada como empecé. Literalmente
con una mierda, vamos.
Por otro lado, ya saben
lo que pienso del neurólogo austriaco Sigmund Freud (1856-1939),
inventor en 1896 del psicoanálisis, una supuesta práctica terapéutica y
técnica de investigación, en realidad una pseudociencia, así que dejo
aquí, en todo lo alto y lo más alejada posible de la ciencia. Y si me lo
permite le cuento la otra ocurrencia del desterrado sultán nazarí, que le cité
en la entrega anterior y encabeza la presente, la de las
lágrimas de Boabdil, que aconteció cuatro siglos antes.
Las lágrimas de Boabdil. La
mentira de la verdad
Le sitúo brevemente. Boabdil
(1459-1533), último sultán del reino nazarí de Granada y a quien los
cristianos también conocían como Boabdil el Chico, había luchado contra su
padre Muley Hacén y su tío El Zagal hasta lograr arrebatarle el trono de
Granada, gracias al apoyo de la familia musulmana de los Abencerrajes y de su
propia madre la sultana Aixa.
Una historia de alianzas
y traiciones la suya que como es sabido desembocó en una situación de lo más
humillante para él ya que, a pesar de haberse declarado vasallo cristiano, se
tuvo que rendir a los Reyes Católicos, entregarles las llaves de la
ciudad y abandonarla a continuación.
Fue entonces cuando, según
reza una extendida leyenda española, al coronar un collado a la salida de la ciudad
camino del exilio en las Alpujarras, no pudo evitar volver la cabeza para mirarla
por última vez y llorar. Momento que aprovechó su madre para recriminarle con
la asertiva y tremenda frase: ‘Llora como una mujer lo que no supiste
defender como hombre’, algo que la verdad no debió animarle mucho, máxime
viniendo de quién venía, la que le había dado la vida y ayudado tanto.
Pero el caso es que la
oyó, o eso dice al menos la leyenda, porque lo cierto es que no existe ninguna
documentación al respecto que la sustente. Así que podemos afirmar que estamos
ante una de las mitades de la historia, la de la mentira de la verdad, pero claro,
también está la otra mitad, la de la verdad de la mentira. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva,
si desean ampliar información sobre ellas.
un buen cambio de dirección que no sé adonde le lleva
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