Habían pasado ya unos meses de lo que les he contado y perdido su efecto
terapéutico, todo termina por cansar, cuando viví un desagradable suceso.
Esperando que quedara libre una plaza de aparcamiento en un hipermercado, y a
punto de hacerlo, un coche pequeño y negro se metió en el hueco a toda
velocidad.
Fue visto y no visto, oiga. Le toqué el claxon, pero nada. El buen señor
se bajó del coche y salió escopetado hacia el centro comercial. Otro hijoputa
de los muchos que por el mundo andan, sólo que éste me ha tocado a mí. Qué se
le va a hacer, me dije dentro del coche y cabreado.
Pues en esas estaba cuando lo que vi, me hizo pensar que sí, que a lo
mejor sí se podría hacer algo. Y es que, en la luneta trasera del coche
invasor, había un letrero que ponía “SE VENDE” y un número de teléfono que
anoté. Ve por donde voy, ¿verdad?
Pues eso, que nada más llegar a casa le llamé.
- Buenos días ¿Es usted el dueño de un coche negro que se vende?
- Sí, yo mismo
- ¿Podría decirme dónde puedo verlo? Naturalmente me dio su dirección,
datos del coche, hora a la que podíamos quedar y su nombre.
- ¿Perdone, puedo decirle algo?
- Sí, claro
- Señor, es usted un hijoputa de la hostia. Y colgué. Ni que decirle
tengo que, junto a su número, en mi agenda por la letra hache, anoté HIJOPUTA
II, y que al primero le añadí un I. Esto marchaba, mi lista hijoputera
aumentaba, ahora tenía dos “hijoputas”, y ya se sabe que en la variedad está el
gusto.
De modo que los iba alternando, del hijoputa I al II y del II al I, para
luego volver a empezar. Pero en esta vida todo cansa, ya lo sabe, y tras unos
meses así me terminé aburriendo. Dios no ahoga, no, pero a veces apura. (Continuará
con ENLAZANDO HIJOPUTAS).
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