(Continuación) “Y como les decía, entre ellos había de todo, pero
ninguno era un cantamañanas embaucador, no se equivoquen”, así acababa la
entrega reseñera de ayer, que hoy arranco invitándoles a que juzguen ustedes
mismos.
Les recuerdo que básicamente, y según el séptimo arte, estamos ante el estereotipado investigador que de entrada es un ser ensimismado
en sus proyectos y anda, entre distraído y aislado, en su propio mundo.
Un hombre que como poco es algo rarito, cuando no ha perdido el juicio y
está completamente pirado. Estoy seguro que se hacen una idea. Ejemplos desde
luego que no faltan, y en este negro sobre blanco, extraidos del libro, les expongo
algunos en orden cronológico.
Giovanni Aldini (1762-1834), físico italiano sobrino de Luigi
Galvani cuyo tratado sobre la electricidad muscular editó en 1791 con sus
propias anotaciones. Es uno de nuestros resucitadores de muertos del libro, gracias
a la electricidad. De hecho no
faltan quienes piensan que la escritora británica Mary Shelley, se inspiró en él para crear el personaje del doctor Victor Frankenstein, el ejemplo universal
de científico loco de ficción, que aparece en su novela Frankenstein o el moderno Prometeo de 1818.
Tal
era el entusiasmo que despertó entre los hombres,
allá por los siglos XVIII y XIX, el enorme potencial del incipiente fenómeno de
la electricidad, que más de uno pensó que no había nada mejor, que meter una
buena descarga de voltios en vena a
un muerto, para resucitarlo.
Paolo Gorini (1813-1881), científico y matemático italiano conocido, principalmente, como
embalsamador de cadáveres siguiendo un procedimiento inventado y experimentado
por él mismo. Es uno de los
petrificadores de cadáveres de los que les hablaba.
Nikola Tesla (1856-1943)
ingeniero, físico e inventor serbio que, como tal, realizó grandes
aportaciones en el campo de la ciencia y la tecnología (suyo es el gran invento
de la corriente alterna que
disfrutamos hoy día). Lo que se dice un visionario.
Sin embargo, como hombre, era excéntrico y extravagante, y su prodigiosa
y fértil mente estaba llena de obsesiones y trastornos psíquicos. Sirvan de ejemplo:
la manía de dar tres vueltas a la manzana en la que estaba un edificio antes de
entrar en él. O la repugnancia que le producían las joyas con perlas.
También está el hecho de que en la mesa y junto a su plato debía haber
siempre dieciocho (18) servilletas y el de que, al comer, contaba cuidadosamente
las masticaciones. Sin olvidarnos del amor que profesaba a las palomas, bueno
más que amor era adoración. (Continuará)
Magnífica reseña. Enhorabuena
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