miércoles, 18 de septiembre de 2024

¿De qué están hechas las estrellas? Protociencia

En nuestras casas, de manera habitual y cuando en la cocina no tenemos claro cuál es la sal común o de mesa (cloruro de sodio, NaCl), el bicarbonato de sodio (hidrogenocarbonato de sodio, NaHCO3) o el azúcar común o de mesa (sacarosa, C12H22O11), lo que hacemos para no equivocarnos es probarla antes.

Lo hacemos, o debemos, porque las consecuencias culinarias que conllevaría un error en su uso podrían ser lamentables mientras que las personales serían del todo inocuas para nuestra salud.

Entre la cocina y el laboratorio

Pues bien, y hasta cierto punto, los químicos en un laboratorio que viene a ser como una especie de cocina, hacemos algo parecido con las sustancias solo que lo llamamos experimentar y así es como valoramos sus propiedades físicas y químicas.

Observándolas, oliéndolas, agregándolas a otras, haciéndolas reaccionar o calentándolas, pero eso sí, nunca, nunca, probándolas, es de primero de Química como la broma del bote de agua destilada con los novatos; aunque no le negaré que ha existido más de un “atrevido” a lo largo de la historia de la química que sí lo hizo y alguno muy conocido.

En esta primera derivada me quedaré por ahora en el pecado sin entrar en el pecador que tiempo habrá para ello. Unos procesos, le decía, que si lo piensa no son muy diferentes a cuando en la cocina horneamos pan, preparamos un cocido, ponemos carne en una barbacoa o aliñamos una ensalada probando además con diferentes especias y viendo su efecto culinario.   

Conditio sine qua non

Es más o menos así como el hombre, durante milenios, ha averiguado la composición y estructura química de la materia, experimentando con todo tipo de materiales no pocos de ellos peligrosos o muy peligrosos; tanto que en ese afán por conocer, estos pioneros sufrieron quemaduras, envenenamiento, intoxicación, asfixia e incluso muerte por radiación. Precaución.

No se puede decir que se tratara de un conocimiento fácilmente adquirido, no, pero sí que la experimentación directa era un “requisito insalvable sin el cual”, alcanzar dicho conocimiento no era posible, conditio sine qua non que nos dijeron los clásicos.

De ahí que en 1830 el filósofo y sociólogo francés Auguste Comte (1798-1857) expresara su pesimismo acerca de que nunca podríamos determinar la composición química de los astros, pues era evidente que por las astronómicas distancias que nos separan jamás podríamos llegar hasta ellos y tomar unas muestras para experimentar.

No olvidar que la astronomía, la primera de las ciencias, es un conocimiento que solo se puede adquirir mediante la observación, no queda otra, en sus propias palabras: “Aunque cabe concebir la posibilidad de determinar las formas, tamaños y movimientos de las estrellas, jamás lograremos estudiar por ningún medio su composición química o su estructura mineralógica”. (Continuará)

[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
 

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