(Continuación) De modo que allí las herborizó, aclimató y estudió, experimentando con especies que eran absolutamente desconocidas en Europa y, gracias a él, los europeos se familiarizaron con frutos de tanta trascendencia posterior en nuestra alimentación.
Me refiero a la piña tropical, el cacahuete,
el maíz, la batata, la coca (de la que dijo que
proporcionaba fuerza y actividad en los indios pero que creaba dependencia), la
zarzaparrilla, el guayacán (del que dijo que servía para el
tratamiento de la temida sífilis), el mechoacán o el bálsamo
del Perú.
En diversos escritos hay también alusiones directas
al cultivo en su jardín de especies como el cardo santo, la cebadilla, el ricino, la jalapa, el sasafrás, la pimienta, el copal, la canela de Indias, el tabaco, etcétera.
De muchas de ellas hace las primeras descripciones que se conocen en Europa, y de otras completa las ya existentes pero que estaban desarrolladas de forma incorrecta, como es el caso de los cítricos.
Sorprende sin embargo que no llegara ni siquiera a
cultivar el tomate, del que se dice por otro lado que entró en Sevilla
a escondidas lo que no deja de ser bastante curioso; y no está nada claro que
investigara sobre los efectos de la quina, como aparece escrito.
De lo
que no hay duda alguna es que su huerto y azotea fueron los primeros lugares
del viejo mundo donde se vieron, por primera vez, muchos de estos cultivos,
entre ellos la patata; por
cierto, ¿cómo se dice patata o papa? ¿de qué escuela es usted?
Monardes y el tabaco
Y un pajarito que suele sobrevolar por mis hombros mientras escribo, me recuerda otras plantas que el naturalista aclimató y estudió en su huerto-jardín-laboratorio sevillano como el ruibarbo, el látex, el bálsamo de Tolú y, claro, el tabaco.
Del que bien podríamos decir
que fue su debilidad intelectual, ya que vio en esta planta la auténtica
panacea médica, el lenitivo universal, el medicamento total capaz de curar:
artritis, males de pecho, mal aliento, jaqueca, lombrices intestinales, asma,
dolor de estómago, dolor de muelas, etcétera.
De hecho, tanto llegó a confiar
en él, que fabricaba píldoras de tabaco para que las tomara cualquier enfermo y
para cualquier dolencia, incluidas las dadas por incurables.
Sí, Monardes sólo tenía alabanzas para sus
propiedades curativas, que hoy sabemos son inexistentes, es así, pero hay que
tener en cuenta que por aquellos entonces no se conocía la nicotina y sus
consecuencias. No debemos caer en el presentismo, qué podía saber él desde su
jardín sevillano. (Continuará)
[**] El
original de esta entrada fue publicado el 26 de febrero de 2024, en la sección DE
CIENCIA POR SEVILLA, del diario digital Sevilla Actualidad.
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