[Esta entrada apareció publicada el 28 de junio de 2024, en el semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
(Continuación) Unos tránsitos mercurianos le decía, que son mucho más frecuentes, unos trece por siglo, que los de Venus, otros trece pero por milenio, por razones obvias de distancia a la estrella. Mercurio está más cerca del Sol por lo que lo orbita más rápidamente y lo podemos ver más veces, pero con menos duración.
Puritas leyes de la
cinemática celeste kepleriana; ya de la que va, debido a las alineaciones
orbitales planetarias, los tránsitos de Mercurio vistos desde la Tierra
se suelen producir en mayo o noviembre.
Y de Venus, tras recordarle de nuevo las precauciones para la observación de su tránsito -las mismas que en el caso de un eclipse solar, no mirar nunca al Sol sin los filtros solares ópticos adecuados-, he aquí algunas peculiaridades del mismo.
En este siglo han tenido
lugar el 8 de junio de 2004 y el 5-6 de junio de 2012, y los siguientes ya no sucederán
hasta el próximo (2117 y 2125), pero hoy le quiero escribir sobre un par de
ellos que sucedieron en el siglo XVIII.
El primero en 1761,
cuya medición se llevó a cabo a consecuencia del método teórico que, en 1716,
el astrónomo inglés Edmund Halley había enviado a la Royal Society
para medir la distancia Tierra-Venus y, a partir de ésta, establecer la unidad
astronómica (distancia Tierra-Sol).
Alrededor de setenta observaciones realizaron astrónomos de todo el mundo, muchas de ellas comisionadas por los gobiernos (dos los británicos y cuatro los franceses, entre otros) aunque ninguna obtuvo resultados empíricos satisfactorios.
El mal tiempo en el
lugar de observación, la poca precisión de su localización geográfica o el
efecto de la gota negra lo impidieron, si bien no por ello dejó de ser la
primera gran empresa científica a nivel internacional.
Mejor suerte corrió la
observación del tránsito de Venus del 3 de junio de 1769 -último del siglo
XVIII y doscientos cincuenta y cinco años han transcurrido desde entonces-,
para el que hubo unos ciento cincuenta observadores oficiales y otros muchos
aficionados que se ubicaron en lugares como los mares del Sur, el septentrión
europeo y California, que fue desde donde se obtuvieron los mejores resultados.
Pasados unos años, en 1835, a partir de los datos de ambos tránsitos se determinaba un valor de paralaje solar de 8,57 s de arco, que correspondía a una distancia Tierra-Sol de 153 500 000 km, lo que no está nada mal.
En la actualidad varía
entre 147 098 074 km en su punto más cercano (perihelio) en enero, y 152
097 701 km en su punto más lejano (afelio) en julio; de ahí que se tome
como distancia promedio entre la Tierra y el Sol, el valor de 149 597 870,7 km.
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y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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