(Continuación) Con el paso del tiempo la salicina se extrajo también de otra planta, la ‘Spírea ulmaria’, aunque en un principio se desconocía que era ella, motivo por el que al ácido obtenido se le llamó ácido spírico, de ‘spírea’. Así que dos nombres distintos, ácido spírico y ácido salicílico, para una misma sustancia, la salicina, lo que tuvo su trascendencia.
Unos años después, en 1854, el químico alsaciano Karl
von Gerhardt (1816-1856) sintetizó el ácido acetilsalicílico
(AAS), un derivado con las mismas propiedades curativas que la salicina,
pero con sus desagradables efectos secundarios bastante minimizados.
Fue un magnífico hallazgo del que sin embargo nadie
pareció darse cuenta pues, de hecho, a mediados del siglo XIX este medicamento,
a pesar de sus enormes ventajas, cayó en el mayor de los olvidos.
Sorprendentemente, la misma inteligencia humana que lo había identificado y
perfeccionado, lo olvidaba. Qué sorprendente es el hombre.
El AAS de Hoffman
Y así estuvo hasta que un sucedido familiar lo sacó de su ostracismo. En agosto de 1897, Félix Hoffman (1868-1946), un químico alemán empleado en los Laboratorios Bayer logró preparar de nuevo ácido acetilsalicílico. Pero lo hizo a partir de la ‘Spírea ulmaria’, no de la ‘Salix alba’, utilizando otro método distinto al de Gerhardt y, lo que es más importante, lo obtuvo con bastante menos impurezas.
Su interés por prepararlo radicaba en que su padre
padecía artritis reumática y no podía tratarse con el conocido derivado del
ácido salicílico (el salicilato de sodio) pues le producía náuseas e
intolerancia estomacal. De ahí que Hoffman le diera a probar una dosis de su
ácido acetilsalicílico, y fue mano de santo oiga, no sólo le alivió su artritis,
sino que no sufrió ninguno de los desagradables efectos secundarios anteriores.
De modo que papá Hoffman fue el primer beneficiado conocido del AAS de su hijo, a cosas así lo llaman amor filial. Naturalmente la noticia corrió como la pólvora en el mundillo farmacéutico.
La Aspirina de Bayer
Ni que decirle tengo que los químicos de la Bayer
comprendieron al momento la utilidad del fármaco, por lo que se apresuraron a
patentarlo -en la primavera de 1899, la empresa farmacéutica registraba en
Alemania el ácido acetilsalicílico- y a primeros de 1900 ya estaba en las
calles con el nombre comercial de Aspirina.
Un nombre que es toda una alusión a su composición: ‘A’
de acetil, ‘spir’ de la planta Spírea ulmaria, y la terminación
farmacéutica ‘ina’. Así de simple. En un principio se lanzó al
mercado en forma de polvos blancos y fue tal su éxito, que todo el mundo
hablaba de los “polvos milagrosos”, los “polvos mágicos”, claro que eran otros
tiempos. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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