(Continuación) Sin
embargo, explicó, el miedo de todos constituía un peligro muy real y, dado que
sus vidas dependían de que mantuvieran la calma, era necesario que regresaran
de inmediato a sus asientos. Todos hicieron lo que se les dijo, sintiéndose muy
avergonzados.
Y cuando las salidas
quedaron despejadas y todos los asientos fueron ocupados de nuevo, el actor dio
un ligero salto sobre las candilejas, alcanzó la platea y se esfumó por la
primera puerta a su alcance. Entonces el humo saturó el auditorio, las llamas
irrumpieron a cada lado y ninguna otra alma salió con vida del lugar. Es así
como podemos apreciar la utilidad de la presencia de ánimo”.
Una auténtica maravilla,
¿no le parece? Por cierto, creo que no le he dicho que todos estos cuentos
están recogidos en el libro ‘El arte de conversar’, publicado por
Editorial Atalanta, 2007, de él me nutro.
Puede
que así sea, y no ande falto de razón quien fuera uno de los más influyentes poetas de
su época, de hecho, la vida literaria en la Inglaterra de la Restauración
inglesa llegó a ser conocida como la ‘Época de Dryden’. No le digo más.
Letras, ciencias y epidemia
Él popularizó un tipo de
verso endecasílabo, preferido del siglo XVIII y que llegó a ser imitado por un escritor
de la talla de Alexander Pope (1688-1744), uno de los poetas británicos más
reconocidos del siglo XVIII y autor del famoso, reconocible y conocido epitafio
dedicado al genial inglés Isaac Newton (1643-1727), de quien pienso es la
mente más poderosa de la que la humanidad tiene constancia. El epitafio nos habla
de esta grandeza intelectual:
La naturaleza y sus leyes yacían ocultas en la
noche;
dijo Dios “que sea Newton” y todo se hizo luz.
A propósito de los tiempos
de contagios de pandemia y virus que corren, tanto Dryden como Newton
vivieron confinados (el poeta en Wiltshire y el científico en Woolsthorpe), la
terrible epidemia de peste bubónica que sufrió Londres en 1665, de
la que hoy sabemos fue producida por la bacteria Yersinia pestis, transmitida por la
picadura de una pulga infectada, parásita de las ratas de casa y de
campo y que pasaba al hombre cuando el roedor moría.
Por último, un curioso nexo
de los que sabe me gusta escribirle. Resulta que tanto el poeta decimonónico cuentista,
como el del endecasílabo del XVII, el autor del epigrama laudatorio y la persona
motivo del mismo, tienen algo en común: Wilde, Dryden, Pope y Newton están enterrados
en la abadía de Westminster, iglesia gótica anglicana del tamaño de una
catedral, donde por costumbre son enterradas determinadas personas relevantes de
la cultura. Otro sí, ¿cuántos científicos están enterrados en Wetsminster?
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva,
si desean ampliar información sobre ellas.
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