¿Recuerda el cuento ‘La actriz’ que le traje a mediados de noviembre del pasado año 2019?, pues seis
meses después viene a esta tribuna otro igual de curioso del genial escritor,
poeta y dramaturgo de origen irlandés Oscar Wilde (1854-1900), de quien
ya sabe fue también un gran orador, cualidad que solía prodigar en tertulias y
charlas con amigos y conocidos en las que desparramaba sus maravillosas
narraciones.
Unas eran tristes, otras irónicas, estotras cargadas de humor y
esotras de las de dejar la boca abierta con su final, pero todas de obligada
lectura si uno quiere realmente conocer el talento de Wilde, el cuentista.
‘Presencia de ánimo’, una
expresión para un título cuentero cuyas palabras, desde el punto de vista de la
etimología, provienen del latín -presencia de ‘praesentia’,
cualidad de estar adelante, y ánimo de ‘ánimus’, sinónimo de carácter,
coraje, valor-, y con la que nos referimos a esa serenidad o tranquilidad que
conserva el ánimo ante cualquier situación, tanto en los sucesos adversos como
en los prósperos. En ese sentido la utilizamos, por ejemplo, al decir: “Antonio
mostró mucha presencia de ánimo en unos momentos tan duros”.
Pero mucho mejor de lo
que acabo de poner negro sobre blanco, lo relata este cuento de mayo wildeano:
“Mi joven amigo el
actor interpretaba el papel principal de una obra extremadamente popular.
Durante meses no había quedado una sola localidad libre en el teatro, y en el
momento mismo de la representación las colas para la platea y la galería se
extendían varias millas; de hecho, llegaban hasta Hammersmith (aunque debo
agregar que la obra se representaba en Hammersmith).
Una noche, durante la
representación, en el terriblemente tenso momento en que la pobre florista
rechaza con desdén las detestables propuestas del malvado marqués, una enorme
nube de humo se extendió por los costados del escenario, que fue sitiado por
grandes lenguas de fuego. Aunque el telón descendió de inmediato, el público
estaba aterrorizado y se precipitó hacia la salida.
Se desató un pánico
horroroso: los hombres comenzaron a gritar y a empujar, las mujeres daban
alaridos y se tiraban de las ropas. Había el grave riesgo de que varios
espectadores murieran pisoteados y, de hecho, algunas faldas se ensuciaron y
varias camisas de vestir quedaron arrugadas.
En el clímax del
estruendo apareció por la puerta de la orquesta mi joven amigo el actor -que en
la obra ama y es amado por la florista-, contempló la situación de un vistazo y
trepó al escenario. Allí parado, ante el telón de hierro, erguido, con la
mirada destellante y el brazo levantado, ordenó que se hiciera el silencio con
una voz que resonó en todo el teatro, como una trompeta. El público conocía
bien esa voz y se sintió reconfortado: el pánico remitió de inmediato. Les dijo
entonces que el fuego ya no era peligroso, que ahora estaba bajo control. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva,
si desean ampliar información sobre ellas.
En Hammersmith viví tres años.
ResponderEliminarLa obra era Pygmalion.
En que año fue la obra
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