(Continuación) Ahora que estaba llamada a lidiar con la
realidad, extrañaba las indicaciones del director de escena y las palabras del
dramaturgo. Nunca hasta ese momento había hecho nada sin ellas, y descubrió con
horror que era del todo incapaz de actuar en el mundo real.
Un
día, mientras recorría su salón de un lado a otro, fue a visitarla el gerente
del teatro donde solía actuar. La actriz principal de la obra que montaba en
ese momento había caído enferma de repente y, desesperado, venía a preguntar si
la actriz podría interpretar el papel como un favor personal. Como hacía tiempo
que no actuaba y ahora entendía que su arte le había fallado, la actriz rehusó.
- ¿
Qué tengo yo que ver -le preguntó al gerente- con los títeres de la obra, los
decorados pintados y los escenarios vacíos?
Sin
embargo, ya que para él representaba una buena suma de dinero, el gerente insistió.
¿No querría ella, al menos, leer el libreto?
La
actriz accedió sólo para librarse de él. Quedó impresionada al descubrir,
después de leer tan sólo unas cuantas páginas, que la tragedia de la obra era
idéntica a la tragedia de su vida. Los personajes y la trama eran exactamente
iguales, y el desenlace también ofrecía una solución a sus problemas.
De
este modo acudió el destino en auxilio de la actriz, bajo la forma de libreto,
y ella decidió aceptar el papel para dominar cada detalle de la situación. Así
que estudió su papel y muy pronto representó la obra ante un público numeroso.
Su actuación fue, sin duda, la más grande de toda su carrera, y al final
recibió cuatro ovaciones de pie y nueve ramos de flores.
Al
salir del teatro, una vez terminado todo, los gritos del público retumbaban aún
en sus oídos. Una profunda ansiedad amenazó con embargarla cuando llegó a la
puerta de su casa cargada de flores, puesto que había derramado su alma ante el
público.
Al
entrar en casa notó que se habían preparado dos sitios en la mesa del comedor;
recordó entonces que aquella era la noche en que se decidía su destino.
En
ese preciso instante, el hombre al que había amado tanto y por el que había
sacrificado su arte entró con parsimonia en la habitación. Con una sonrisa en
los labios, le preguntó si llegaba a tiempo para la cena. Después de consultar
el reloj, ella respondió:
- Llegas
a tiempo para la cena. Pero -agregó mirándolo directamente a los ojos- también
llegas demasiado tarde’.
Oscar, siempre Wilde,
y sus cuentos orales.
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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