viernes, 27 de septiembre de 2019

¿Tenemos que dejar propina?

Fue el pequeño debate que se abrió en la sobremesa de una de las últimas comidas que disfruté este verano con familiares, amigos y conocidos. Y como en botica, ante este asunto pecuniario hubo todo tipo de respuestas que se las agrupo en un pis pas: algunos estaban a favor, otros tantos en contra y por supuesto, estaban los ‘no saben / no contestan’, que nunca pueden faltar en toda pregunta que se precie.
Al principio -estábamos ya con los postres, creo recordar- se habló de la propina como gratificación en diversas actividades profesionales y en diferentes países de todo el mundo mundial. Entre las primeras estaban taxistas, peluqueros, conductores de VTC, repartidores a domicilio o botones de hotel sí, de hecho, algunos recordaron las ya casi extintas gratificaciones a médicos y enfermeras en clínicas y hospitales, y a los acomodadores en el cine, el teatro y los toros. Sin duda había edad, entre los que estábamos sentados a la mesa.
Y entre los segundos, no les exagero ni un ápice con lo del ‘todo el mundo mundial’ pues, de los cinco continentes más aceptados que existen en el planeta, salieron bastantes y remotos países a la palestra. Sí, los comensales, no solo habían nacido ya a mediados del siglo pasado, sino que era gente que había viajado mucho y a lugares muy lejanos. Pero esa línea extensiva “propinera”, laboral y geográfica, de la que les hablo fue sólo al principio, después y más bien pronto que tarde, la vía práctica de los hechos se impuso.
La conversación quedó reducida a la propina en el servicio de restauración (bares y restaurantes) y en el suelo patrio (patria chica). Ni que decirles tengo que, tras un breve rifirrafe, cada uno de los grupos se atrincheró en sus posiciones y expuso buena parte de su argumentario en la defensa, veamos si se las puedo resumir.
Detractores
Los que se decantaban por no dejar propina en ningún caso, argüían sobre todo razones de principios. La mayoría manifestaba que ellos, en el ejercicio de sus trabajos, no reciben ninguna clase de gratificación extra por realizar bien su trabajo, y que por tanto no ven justo que la reciban otros. Lo llamaban igualdad retributiva.
Pero sobre todo insistían en otra vertiente más interesante quizás: les resultaría ofensivo y denigrante como trabajador, si alguien se la llegara a ofrecer. Hablaban ahora de dignidad personal. De ahí que no se sintieran en absoluto obligados a dejar propina cuando le sirven un café, un aperitivo o una cena, por muy correcta y amablemente que lo hagan, ya que el precio incluye el buen servicio que se supone de entrada, como el valor al soldado.
Es evidente que para ellos la propina, lejos de ser una muestra de gratitud, lo es de caridad o compasión mal entendida y una especie de deshonra a la que se ve sometido el trabajador que así, por otro lado, y suspectamente, puede completar con este extra su bajo sueldo en la hostelería.
Una injusta situación laboral que, es evidente, estos comensales no tienen la menor intención ni de propiciar ni de mantener en el tiempo, máxime cuando no siempre está claro que la propina, además, llegue al trabajador. Y hablando de propina me viene a la memoria una conocida y ocurrente frase a propósito. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.


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