miércoles, 19 de junio de 2019

Jerga futbolera (1)

Del “tiempo reglamentario”. Como cualquier aficionado o profesional del fútbol sabe, su reglamento señala que la duración de un partido es de noventa minutos, distribuidos en dos periodos de cuarenta y cinco. Es el tiempo reglamentado, que es reglamentario. También es sabido que, por diferentes causas, justificadas o no, una parte de ese tiempo no se emplea precisamente en jugar, motivo por el que el mismo reglamento faculta al árbitro para que lo descuente del tiempo fijado para el juego y prolongue la duración del partido que ahora supera al tiempo reglamentado, pero no al reglamentario, pues se trata de una prolongación que también forma parte del mismo.
Un asunto que visto a vuela tecla puede que parezca una perogrullada, modalidad galimatías, pero que si se piensa en realidad no lo es, no, y es este un matiz al que no parecen prestar importancia, algunos amantes de las bobadas semánticas. Aquellos para quienes: Nadie ve nada, sino que todos “visualizan”. Los jugadores se “posicionan”, en vez de colocarse en el campo. Los árbitros no pitan, “dictaminan”. Los pases y lanzamientos del balón son “golpeos”. Y los postes tienen “cepas”. Ya ven por donde voy. Mención aparte merece algún que otro exjugador que, metidos a comentaristas, gustan de hacer hincapié en “la lectura del juego”, “la dinámica del partido” y en lo compenetrados que están dos jugadores que “se leen mutuamente”. Todo un deconstructivista del lenguaje, estos buenos señores.
Al de “de descuento”. Es evidente que, de la diferencia entre reglamentario y reglamentado, surgen dos medidas del tiempo. Una, la del tiempo de juego previsto, definido por los cuarenta y cinco minutos reglamentados y, otra, la del tiempo de juego transcurrido en total, que contempla al previsto más el añadido por el árbitro. La diferencia entre el tiempo transcurrido y el previsto, es decir el añadido, procede y debe coincidir con el tiempo de descuento. Aquellos minutos que el árbitro considere que no han sido empleados en jugar y que compensará añadiéndolos a los cuarenta y cinco fijados.
Por eso, todo lo que suceda a partir de ese minuto cuarenta y cinco no lo hace en el tiempo de descuento, sino en el tiempo añadido, una distinción que debería ser tenida en cuenta, aunque sólo sea por amor al castellano y rechazo al lenguaje del disparate deportivo. Un páramo plagado de ‘ostentóreas’ expresiones en el que un patadón defensivo es un “despeje demagógico” y “tener buenas sensaciones” es más importante que ir ganando. (Continuará)

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