‘Porque en el cielo no hay
piedras’. Con tan firme aseveración se dejó caer a
finales del siglo XVIII, el que está reconocido por todos como el Padre de la Química Moderna. Nada menos
que el francés Antoine Laurent Lavoisier
(1743-1794), uno de los grandes de la Ciencia.
Y no es que fuera, éste de las piedras que caen del cielo, un asunto que
hasta ese momento le hubiera preocupado lo más mínimo. En absoluto. Él andaba
en otros menesteres por aquel entonces, pero es que, dado su gran prestigio
científico, fue requerida su opinión como particular destacado, primero, y su
informe técnico como experto, después.
Pero todo este enigma de las piedras extraterrestres había empezado
tiempo atrás, y en realidad lo hizo con una sola piedra.
La piedra de Lucé
La que cayó en la tarde del 13 de septiembre de 1768, en la localidad
francesa de Lucé. Una caída desde los cielos, que fue presenciada por una gran
cantidad de gente en un día despejado y de la que, además, se recogieron
numerosas muestras rocosas.
Un incidente que naturalmente corrió de boca en boca por las localidades
del interior del país, hasta que llegó a París y por ende a los oídos de los
científicos que, en esa época, tenían otra idea muy distinta acerca del origen
de lo que ahora llamaríamos meteoritos.
Para la ciencia estas piedras eran de origen volcánico, si bien es cierto que en el caso de Lucé no
existían volcanes en activos en sus proximidades. O quizás rocas que habían
sido alcanzadas por un rayo y de
ahí, los evidentes signos que mostraban de haber estado sometidas a elevadas
temperaturas.
Estas eran las hipótesis de la, por entonces, principal institución
científica, la Academia de Ciencias de
París. Ella no aceptaba la posibilidad de que pudieran caer piedras del
cielo, por mucho que centenares de testigos afirmaran haber visto bolas de fuego que bajaban del cielo. No
obstante, es una característica de las ciencias, la institución de algún modo diferenciaba
lo imposible de lo poco probable.
En busca de respuestas
Y en esas estaba cuando, en 1772, la Academia Francesa organizó una
comisión de científicos presidida por Lavoisier,
para que investigara este misterioso fenómeno celeste. Y tras someterla a
pruebas físicas y análisis químicos, concluyó que se trataba de una piedra
terráquea, en concreto mineral pirita,
que había estado en ese sitio desde tiempo inmemorial.
Pensaba que lo más probable es que hubiera sido alcanzada por un rayo de
alto voltaje eléctrico, como probaban su aspecto físico y negro color. Es más,
alegaba su alto contenido en hierro (Fe) como la causa de haber sido el
blanco elegido por la descarga eléctrica natural que es el rayo. Lo que tiene
su lógica. (Continuará)
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