(Continuación) Lo cierto es que nunca han
existido toros más peligrosos ni con más sentido en el campo y en la plaza que
los miuras, lo que para el aficionado supone un motivo más de interés por verlos, dada la especial tensión
y preocupación que generan y, para el torero supone el plus de que no basta con
torearlos, no.
Hay que lidiarlos, que para algunos puede que
sea igual pero solo para esos algunos, créanme.
Lidiar es mucho más que torear, pues supone resolver las dificultades
que presente el animal, imponerse sobre él e intentar, dentro de lo posible,
momentos lucidos. Vamos lo que se dice los entresijos de la Tauromaquia, entendida como ‘el arte de
lidiar toros, tanto a pie como a caballo’.
Y dado que son miuras, triunfar con ellos representa
un mérito extra para los toreros, al ser toros que por lo general apenas dan
facilidades para ejecutar un toreo estético. Lo suyo es más bien un toreo de
dominio, de poder, de determinación, que a veces y por momentos da la concesión
a la estética.
Una lidia despierta y viva con la que si el
animal sale bueno, noble y con fijeza, y el hombre se hace con él y sabe, da
como resultado esa corrida de lujo con la que todos los toreros sueñan (“Cuando uno le pega un natural a un toro de
Miura, no se cambia ni por el Superman ese”. Juncal, dixit). Todos
sueñan pero muy pocos llevan a cabo o lo intentan.
Y que sin embargo no son tan infrecuentes
como cabría pensar, dado que no son pocos los animales que salen con una
calidad excepcional para la lidia, lo que le ha valido a la ganadería ser una
de las que más trofeos han obtenido. Y esta sí que es una leyenda cierta y
blanca, no como la incierta y negra de ser la que ha matado más toreros que
ninguna otra.
Que es solo una parte de la verdad o la
mentira de la verdad. Si se estudian las estadísticas
en términos relativos, no es cierto que los miuras hayan provocado más cogidas
mortales que cualquier otra ganadería. No lo es, aunque no es menos cierto que
sí que lo han hecho entre los toreros más renombrados.
Esa es la verdad de la mentira que acompaña
en el ruedo a los miuras -que no han matado a más toreros, pero sí a más de los
famosos o renombrados (‘Pepete’, ‘El Espartero’ y ‘Manolete’)- y la diferencia y singularidad que “vende” el
encaste de leyenda que en la actualidad pasta en Zahariche, la finca de Lora
del Río en Sevilla. Y hablando de leyendas.
Y hablando de leyendas: Divisa verde y negro
Lo más probable es que usted lo sepa y en
cuyo caso les presento mis disculpas, pero por si no es así les diré que ‘Pepete’ fue el primer torero famoso que abrió el portón de la trágica leyenda de los Miura, al morir corneado en el corazón
por “Jocinero” el segundo toro de la
tarde, en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid, el 20 de abril de 1862.
Ocurrió durante la suerte de varas cuando acudió
a auxiliar al picador Antonio Calderón, que acababa de ser derribado de su
montura quedando al descubierto. Y en el quite el animal, que estaba corneando
al caballo del picador, se revolvió rápidamente y empitonó al diestro, que entraba
moribundo en la enfermería con el corazón destrozado. (Continuará)
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