Una educación basada en la irrenunciable exigencia
de la verdad, a través del desarrollo de un talante crítico, una actitud
escéptica, una preparación exigente y una racionalidad irrenunciable. La verdad
es el fundamento de la convivencia, lo que la hace posible y asegura su
carácter humano.
Si la verdad falta sólo hay degeneración, de forma
inevitable. O nos convertimos en manada o lo hacemos en rebaño. En cualquier
caso una vida sin libertad, ajena a la condición humana. Una verdad como pilar en el que se fundamenta la
vida humana, pues con ella la gente es libre, y la gente libre no necesita ni
héroes ni mitos. Por eso los terroristas no quieren que seamos libres.
Nos quieren hacer esclavos de sus mitos, algunos
alimentados por políticos sin escrúpulos que no se manchan las manos de sangre,
pero que disparan palabras. Palabras que portan su letal carga de falsedad, de
mentira expresa, con la que intentan desplazar y destruir la verdad.
La falsedad es peligrosa, insidiosa y en todos los
casos, como mínimo, debe ser reconocida, probada y mostrada como tal. Es del
todo necesario, aunque nos requiera un esfuerzo personal especial.
Lo es tanto si la falsedad es involuntaria, en cuyo
caso deber ser corregida y superada hasta donde sea posible. Como si se trata
de la mentira buscada y querida por sí misma, lo que nos debe llevar a su
descalificación, a su exclusión de la convivencia.
De modo que ante muchas de las afirmaciones que
leemos u oímos, nuestra pregunta no debe ser otra que: “¿Cómo lo sabe?” Si no
hay respuesta o ésta no es convincente, lo adecuado es el rechazo de la
afirmación pero, si podemos probar su falsedad, entonces el hacerlo, es
absolutamente necesario. Aunque nos resulte particularmente penoso y no esté
exento de riesgos, por supuesto.
Una espesa red de mentiras no deja de tejerse y
amenaza con asfixiar a la verdad en el mundo. Desde distintos puntos cada vez
son más las arañas que la tejen, apoyándose unas a otras. Desde los libros, las
emisoras de radio, los sistemas educativos, las televisiones, los partidos
políticos, los periódicos, etcétera.
Una urdimbre de falsedades que hay que poner en
evidencia, pues semejante estado de error sólo lleva al fracaso. Y es que, por
su carácter incoherente, sobre la falsedad no se puede construir nada.
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