Es lo mismo que se alimenten del integrismo
religioso o del político, son asesinos. Fanáticos que siembran de dolor y
muerte el mundo entero ¿Cuándo eliminan de sus conciencias semejantes actos?
Es lo mismo que sean terroristas islámicos o
nacionalistas, son monstruos. Productos perversos de ideologías perversas ¿Qué
les lleva a anular su moralidad? Es lo mismo que sean de Al Qaeda, de ETA o de
DAESH, son alimañas. Hijos criados en sociedades enfermas ¿Cómo logran vivir
con su repulsivo sectarismo?
Es lo mismo que ocurra en Madrid, en Nueva York o en
Barcelona, son cabrones humanos. Escolandos de sistemas educativos fracasados
¿Qué les permite racionalizar sus sentimientos? Es lo mismo. Son los mismos
asesinos con diferente disfraz pero con idéntica arma. La irracionalidad del
iluminado, la sinrazón del elegido.
Están entre nosotros y parecen seres humanos
normales, pero no lo son. No. Son los hijoputas entre los hijoputas. Bestias
con las cuales no puede haber ningún diálogo, y a las que sólo cabe perseguir
para encerrarlas en jaulas. Son la escoria de la escoria.
Y sin embargo cuentan con simpatizantes entre
nosotros, con cómplices de voz y voto tan culpables de sus crímenes como ellos.
Se podrá decir que los que llevan a la práctica esas brutales acciones son
pocos, sí es cierto, pero los que apoyan a estos criminales son un número
mayor, o peor aún, significativo.
De ellos, muchos de ellos, son jóvenes que han
pasado recientemente por la escuela, el instituto y hasta por la universidad. Y
han caído, sin embargo, en las garras de un fanatismo que les justifica el
ataque a bienes y personas, por el mero hecho de disentir de sus ideas.
Una clara plasmación del fracaso de una sociedad y
su sistema educativo, a la hora de formar buenos ciudadanos. O lo que es lo
mismo, personas que con constante esfuerzo intenten evitar el error.
Que, por escrupulosa fidelidad a la verdad, la
busquen con rigor. Que, de manera implacable, rechacen la peor perversión de la
verdad, la mentira. Que, con una formación racional, crítica y escéptica, no
sientan la necesidad de creer en mitos, en héroes. Unos mitos o héroes en cuyos
nombres les inculcan que es normal responder a los argumentos del otro con el
ataque suicida, el tiro en la nuca, el coche bomba o el vandalismo.
No. No tengo ninguna duda de que el principio del
fin del terrorismo está en la educación.
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