(Continuación)
Juzguen ustedes mismos. Van desde la supuesta infertilidad de las mujeres que
no sean mutiladas. Hasta unas sospechosas muertes, si tocan el clítoris, el
recién nacido con su cabeza o el varón con su pene.
Pasando
por el suspecto crecimiento de los genitales femeninos, con la consiguiente incomodidad
al colgar entre las piernas.
Y así ad nauseam. En fin. No insulto sus
inteligencias con más ejemplos.
Pero
no dejen de tener presente que para los individuos de esas culturas, dicha
práctica es una parte irrenunciable de su identidad cultural.
Y cualquier
intento de combatirlas, por parte de organizaciones occidentales, es
considerada como una muestra de injerencia internacional y otro ejemplo de, un
más que, rechazable etnocentrismo.
Pero ¿cómo
pueden considerarse las líneas anteriores, argumentos éticos justificadores de
las ablaciones, escisiones e infibulaciones que sufren las mujeres de estas
culturas?
¿Quién
puede defender y desde dónde se puede fundamentar, una pauta cultural que choca
tan frontalmente, con derechos que afectan a la conservación de la integridad
física de una persona y a su propia subsistencia?
No
debemos olvidar que los efectos de estas mutilaciones van más allá del momento
de su ejecución. Es frecuente que estas mujeres mutiladas sufran infecciones
crónicas, hemorragias intermitentes, abscesos, trastornos renales, etcétera.
Lo
dejo aquí, pero ya se imaginarán que no es éste el único comportamiento
cultural indigno y, por tanto, condenable.
Por desgracia los medios de
comunicación nos dan cumplida información de ellos: esclavitud, infanticidio,
sacrificios rituales, deformaciones corporales dañinas, etcétera. La lista es
larga.
Y para
ninguno de ellos existe defensa posible. La ética, como disciplina racional
filosófica, y sus principios universales de derechos y obligaciones
elementales, nos deben obligar a tomar una posición intolerante frente a ellos.
El
respeto por esas personas -por esos dos millones de mujeres que probablemente
son mutiladas cada año- deben impedirnos tener en consideración dichas pautas
culturales.
Deben obligarnos a rechazar ese -antes lo llamé trágico, ahora lo considero terrible y lo que es aún peor, demagógico- relativismo cultural.
Creo que deberías citar el artículo de David Alvargonzález "Del relativismo cultural y otros relativismos" (publicado en el número 3 de la revista El escéptico, pp. 8-13), en el que claramente te has basado para escribir este texto.
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