viernes, 3 de marzo de 2017

Nombrando estrellas. Bayer, Flamsteed y telescopio (1)

Y esta es una característica, me refiero a la de la ambigüedad, que es inadmisible en ciencias.
De modo que la UAI se puso manos a la obra para deshacer ese inicio de caos, en el cosmos del nomenclátor, consiguiendo estandarizar un catálogo que facilitara la tarea de nombrar a las estrellas. 
Y en este quehacer de nombrarlas, desde el inicio del conocimiento científico tal como lo conocemos en la actualidad, el hombre ha inventado varias maneras de hacerlo.

Para los intereses de estas entradas paso a exponerles una terna de ellas: la denominación de Bayer, el sistema de Flamsteed, la nomenclatura del telescopio, etcétera.
Denominación de Bayer
Es un sistema para nombrar a las estrellas que estableció a principios del siglo XVII, el astrónomo alemán Johann Bayer (1572-1625) y que con pequeñas variantes se sigue utilizando en la actualidad, cuatro (4) siglos después. O sea que bien.
Es muy simple pues está basado en el uso combinado del nombre en latín de la constelación a la que pertenezca la estrella y las letras del alfabeto griego. Además la forma de hacerlo es de lo más sencillo.
Basta con asignar a la estrella más brillante de cada constelación la letra α, seguida del genitivo latino del nombre de la constelación. Por poner un ejemplo sirva el de α Lupi, la estrella más brillante de la constelación Lupus (el Lobo).
Y así, sin solución de continuidad, según sus brillos o magnitudes aparentes decrecientes, se nombra a la siguiente en brillo con la letra β, a la siguiente con la letra γ, eso sí, con las letras del alfabeto griego en minúscula.
Seguro que les suenan en la constelación Andrómeda las estrellas Alpha Andromedae y Beta Andromedae. O en la Crux, las Alpha y Beta Crucis. Y en la Centauro, las Alpha y Beta Centauris.
Por supuesto que esta nomenclatura tiene dos límites. Uno cuantitativo que lo impone el número de letras que componen el alfabeto griego (se acabará cuando se acaben estas), pero mientras tanto vamos tirando.
Y otro cualitativo, resulta que hay que saber algo de latín y sus declinaciones para comprenderla del todo ¡Ay, de mi  latín!
Declinando que es gerundio
Pero a poco que se piense, a cambio de este pequeño esfuerzo, no es poco el problema que nos quitamos de en medio, al no tener que nombrar cada estrella de forma individual. Con los quebraderos de cabeza y la confusión que este método puede conllevar.
Porque además no debemos olvidar que también están los planetas que orbitan a esas estrellas y a los que hay que nombrar junto con sus satélites, sin dejar de lado por supuesto otros cuerpos celestes menores, pero merecedores de mención.
Lo dicho. Toda una pesadilla de dimensiones astronómicas, a la que el sistema de Bayer pone remedio. Al menos en buena medida porque, aunque sigue vigente hoy en día, con él sólo se han nombrado unas mil quinientas (1500) estrellas.
Les digo el número porque, ya a simple vista podemos contar cientos de ellas, pero se estima que puedan existir billones y billones de ellas, que por supuesto no podemos contar. Es evidente que la UAI no erró al elegir el sistema de Bayer.
De acuerdo que es algo simple en su conformación, pero sin duda es tremendamente eficaz y burocrático. Unas cualidades que no fueron óbice para que, con el paso del tiempo, le surgiera un competidor.


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