Cuatro estaciones romanas. Etimología
En la antigüedad los romanos distinguían cuatro (4) estaciones y las denominaban ver, aestus, autumnus e hiems, sincrónicas con las actuales primavera, verano, otoño e invierno, si bien con algunas diferencias.Ver. Coincidiendo con el inicio del año -antiguamente marzo era el primer mes del calendario, les hablo de cuando el periodo anual tenía sólo diez (10) meses-, llegaba el ciclo en el que comenzaba el buen tiempo, el calor suave o “verano”, que es lo que significa ver (abril, mayo y junio).
Sería nuestra actual primavera. Es decir, que nuestros antepasados no llamaban verano al periodo más caluroso del año, sino al que le precedía con temperaturas más cálidas.
Aestus. No. Para ese periodo más sofocante reservaban el término aestus (julio, agosto y primeros días de septiembre), que podemos traducir por estío y de donde provienen expresiones aún vigentes como “época, tiempo o estación estival”.
Es naturalmente nuestro actual verano.
Autumnus. Tras esas fechas de calor sofocante y al igual que ahora, a la época del año en la que las temperaturas comenzaban a descender, los romanos la denominaban autumnus.
Que según unos autores, etimológicamente, podría significar “plenitud del año” y, según otros, implicar la idea de cambio.
En cualquier caso es nuestro otoño, que en el hemisferio norte abarca los meses de septiembre, octubre y noviembre. Y tras él el invierno.
Hiems o Hibernum. Así la llamaban los romanos a esta estación invernal. Esa que, desde la óptica meteorológica, resulta ser la más fría del año con sus bajas temperaturas y menor número de horas de luz solar.
Como saben son meses invernales los de diciembre, enero y febrero.
Unos meses los nombrados, los de todas las estaciones, siempre referidos al hemisferio norte que es desde donde escribo.
De cuatro a cinco estaciones
Cuatro estaciones por año que así permanecieron en número, aunque con algunas variaciones de duración comparadas con las romanas y las actuales, hasta el siglo XV. Por aquél entonces, ya los nuevos conocimientos y exigencias sociales no dejaban de plantear la necesidad de incorporar cambios, cambios calendarios. Y es que las estaciones eran muy diferentes.
Empezando por la primavera que se iniciaba en enero y terminaba en junio. Una mala estructuración y temporalización pues no sólo duraba demasiado (6 meses), sino que las condiciones meteorológicas de su inicio y final eran muy diferentes.
Por lo que no parecía práctico que meses tan dispares pertenecieran al mismo ciclo estacional. (Continuará)
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