Y si se presta algo de atención a los medios de comunicación, se ve que es uno de esos temas que, como ave Fénix tras consumirse por la acción del fuego, resurge de sus cenizas.
Eso sí, con la diferencia de que este pájaro no espera quinientos (500) años como el mitológico para hacerlo, sino que se aparece más de vez en cuando.
De hecho se asoma a nuestras vidas cada vez que toca, sea este toque de la naturaleza que sea y por el motivo que convenga.
Ustedes ya me entienden.
Pero a lo que vamos. Tras el título y lo anteriormente expuesto, ya se habrán hecho una idea del pájaro que les voy a enrocar. Sin embargo desde ya les advierto que no se confundan.
A pesar de la temática, y lo que cualquiera podría pensar, hasta donde me he informado el tamaño aquí no tiene nada que ver. Y no quiero decir que no importe, que tampoco eso lo sé a ciencia cierta. Sólo digo que para esto el tamaño no importa.
Y es así porque de lo que les voy a hablar, es de la crisis del esperma humano. Aunque tampoco es eso exactamente. Perdón, creo que me estoy liando y les arrastro conmigo.
No me voy a referir al esperma de ese ser vivo que, desde el punto de vista zoológico, está considerado un animal mamífero, del orden de los primates, suborden de los antropoides, género Homo y especie Homo sapiens. No.
No del esperma de cualquiera de los individuos zoológicamente así considerados y que tienen capacidad para razonar, hablar y fabricar objetos que le son útiles. O eso dicen. No.
En particular me ciño a la crisis del esperma español, del esperma del poblador del suelo patrio. Y para ello, por supuesto que abandonamos lo anecdótico, olvidándonos del tamaño, y nos centramos en lo categórico, en los espermatozoides.
De esperma, espermatozoides y óvulos
Tirando de la biología bachillera, y por entrar en contexto, recordamos que por definición, esperma o semen, es la secreción de las glándulas genitales masculinas, principalmente la próstata y los testículos, y que se expulsa en el momento de la eyaculación.
Se trata de un fluido espeso de color blanquecino, en el que se encuentran suspendidos los espermatozoides o células reproductoras masculinas de los animales y que están destinadas en exclusividad a la fecundación del óvulo.
Que como no ignoran, es la célula reproductora femenina formada en el ovario de las hembras de los mamíferos y que una vez fecundada por el espermatozoide da origen al embrión.
Pues bien en nuestra especie, en la humana, el óvulo es una célula redondeada con un tamaño de cero coma un milímetro (0,1 mm) de diámetro, mientras que los espermatozoides suelen medir de diez a sesenta micras (10-70 µ) de longitud.
Es decir que el tamaño no importa, lo que les decía. Máxime si consideramos que una micra (1 µ) es la milésima parte de un milímetro (1 mm) o la millonésima de un metro.
1 µ = 0,001 mm = 0,000 001 m
Claro que no importa.
El espermatozoide no es ni grande ni pequeño sino adecuado para su función, siempre que vaya provisto de su cabeza con la correspondiente carga de material cromosómico y de una cola o flagelo que actúe como propulsor.
Bueno, estas dos características y algunos detalles más, sobre los que volveremos. (Continuará)
¿De verdad que el tamaño no importa?
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