Desde un punto de vista físico, las diferencias teóricas entre los distintos tipos de órbitas existentes, es un tema que ya ha sido enrocado, por lo que sólo diremos ahora un apunte.
En órbita geoestacionaria un satélite se encuentra a treinta y seis mil kilómetros (36 000 km) de altura sobre la superficie terrestre, se mueve sobre el ecuador y da una vuelta a la Tierra en un día (T= 24 h).
Es decir que siempre se encuentra sobre el mismo punto de la superficie, lo que resulta ideal para suministrar datos a una región concreta durante todo el tiempo que haga falta. A una persona en el suelo que lo observara le parecería que el satélite está fijo en el cielo.
Así que podemos decir que un geoestacionario es lo más parecido a tener un “chivato” allá arriba.
“Pájaro Madrugador”
Es una traducción de Early Bird que fue el nombre con el que se “bautizó” al Intelsat 1. El primero y el único que, por aquel entonces, hizo posible las conexiones en directo y de forma casi instantánea entre los dos continentes, Europa y Norteamérica. Fue posible gracias a que manejaba un (1) canal de transmisión de televisión, doscientas cuarenta (240) conferencias telefónicas, fax y telégrafo. Y eso que no se puede decir que fuera grande, sino más bien todo lo contrario. Con forma de tambor medía tan solo 76 × 61 cm y tenía una masa de 34,5 kg.
Naturalmente las ciencias avanzan que es una barbaridad, y los satélites de hoy albergan ingenios de varias toneladas (t) y emisores digitales de banda ancha.
Se lo digo porque esa parte del espacio asociada a los conceptos de órbita geoestacionaria y de satélites, ya la hemos usado unas novecientas (900) veces y empieza a estar algo ocupada, lo que puede resultar peligroso para próximos lanzamientos.
Unos lanzamientos que se realizan mediante cohetes, algo así como un “taxi espacial” y del que el año pasado despegaron ciento noventa y uno (191), como el Arianne 5.
Reconocimientos obligados
Gracias a Intelsat, una compañía que en sus inicios fue intergubernamental y desde 2001 es privada, gracias a los satélites que ha puesto en órbita durante todos estos años, el hombre normal de la calle, como usted y yo, ha podido ser testigo de algunos sucesos excepcionales. Desde ver la llegada del hombre a la Luna en 1969. Hasta poder observar ataques de la guerra del Golfo en 1991, que cambiaron nuestra manera de consumir noticias. Pasando por el famoso teléfono rojo y la exclusiva conexión que, desde 1974, proporciona entre la Casa Blanca y el Kremlin.
Y cómo no, la posibilidad de ver en directo el Mundial de Argentina en 1978, un evento que tuvo más de mil millones (1 000 000 000) de espectadores.
Remato aquí la entrada, pero no doy por cerradas las entregas.
Al lector atento y avisado seguro que no se le han pasado que he dejado tres ventanas entreabiertas. Dos relacionadas con la música y una con la contaminación espacial.
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