Es la misma NASA la que se ha apresurado a dar una explicación.
Su responsable de detección de asteroides lo justificó basándose en la dirección en la que apareció el proyectil espacial. Dado que surgió por la cara diurna de la Tierra, no pudo ser detectado con anticipación.
Y es que, en esas circunstancias lumínicas, los telescopios no operan. No pueden operar.
Los asteroides pequeños son muy oscuros hasta que no están cerca, demasiado cerca. Una circunstancia que hace que sea, virtualmente, imposible preverlos en la franja visible del espectro electromagnético.
En cuanto a los radares que vigilan el cielo, tres cuarto de lo mismo; por una cuestión técnica, estaba fuera de su alcance. Demasiado lejos, como para haber podido dar una alerta a tiempo.
Sólo lo podrían haber “visto” los sensores de infrarrojos pero, por desgracia, aún no existen en el espacio.
Un sensor de infrarrojo es un dispositivo electrónico capaz de medir la radiación electromagnética infrarroja de los cuerpos en su campo de visión. Una radiación que todos los cuerpos emiten en mayor o menor medida, y que resulta invisible a nuestros ojos, pero no así a estos aparatos electrónicos.
La zona de luz infrarroja del espectro electromagnético se encuentra por debajo justo -en una escala de frecuencia (f) o de energía (E)-, de la zona de luz visible, en concreto del “color rojo”. De ahí lo de infrarrojo.
De modo que, en el caso del meteorito ruso, no había ningún sistema de detección, ningún medio disponible, que hubiera podido predecir su llegada.
Lo que no significa que no hayamos aprendido una lección. Quizás difundiendo ciertos conocimientos básicos sobre este tipo de sucesos, comunicando sencillos consejos, se podrían evitar numerosos heridos.
Y así como la gente sabe que cuando la marea baja de forma intensa, no conviene bañarse, lo mismo debe saber que si ve un destello brillante en el cielo, lo mejor es no acercarse a la ventana porque, si revienta el cristal, te puede herir.
A todo esto, ahora caigo en la cuenta de que aún no les he dicho si la coincidencia temporal de ambos fenómenos espaciales, meteoro y asteroide, es fruto de la casualidad o de la causalidad, ambas, físicas.
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