(Continuará) La primera es impresionante por sus dimensiones. Les doy algunas cifras: mide 10,5 m de cintura, cada ojo es como un brazo humano de largo, su dedo índice tiene 2,4 m de longitud y su nariz mide 1,4 m. Lo dicho, impresionante.
Ya en su interior se puede ascender por una escalera en espiral de ciento setenta y un (171) peldaños, hasta un mirador oculto en el borde de la corona. Desde ahí se puede disfrutar de una espectacular vista de la ciudad y del océano.
Pero les decía que la estatua también es un símbolo. Uno con muchos significados y para muchas gentes.
Con la antorcha iluminada en su mano derecha elevada hacia el cielo. Con una tablilla de la ley que lleva inscrita, en números romanos, la fecha del 4 de julio de 1776 en su mano izquierda. Y con una cadena rota a sus pies, la Estatua de la Libertad estaba abocada a ser la personificación de una metáfora.
La alegoría de un sueño.
Lo que empezó siendo un regalo entre naciones, una muestra de amistad y alianza, no hay duda que con el tiempo ha pasado a ser algo más.
De ser uno de los monumentos más famosos de Nueva York, pronto pasó a serlo de los Estados Unidos y después de todo el mundo.
El 15 de octubre de 1924 era declarada Monumento Nacional de los Estados Unidos y, desde 1984, está considerada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, bajo el nombre de Monumento Nacional Estatua de la Libertad.
Y por supuesto sigue siendo un símbolo que representa a la libertad y la emancipación frente a la esclavitud y la opresión. Pero el tiempo pasa…
Impresionante
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