La primera ficción,
relacionada con un satélite artificial puesto en órbita alrededor de la Tierra,
aparece en un cuento publicado
por entregas en Atlantic Monthly, se
inició en 1869.
Escrito como si
fuera un diario, describe la construcción y puesta en órbita de una esfera, de
200 pies de diámetro, hecha de ladrillos.
Pensada para
servir de ayuda a la navegación, por accidente, se puso en marcha con personas
a bordo. Es por tanto, también, una primera descripción ficticia de una estación espacial.
La idea
reaparece en 1879, año de nacimiento de Albert
Einstein en Los quinientos millones
de la Begun de Julio Verne. En
esta ocasión el satélite artificial es más bien una consecuencia no deseada.
Una especie de daño colateral.
Resulta que, en la novela, el malo de turno, para acabar con sus enemigos, construye una pieza gigante de artillería que al ser disparada, proporciona al proyectil una velocidad superior a la pretendida, lo que termina colocándolo en órbita como un satélite artificial.
Resulta que, en la novela, el malo de turno, para acabar con sus enemigos, construye una pieza gigante de artillería que al ser disparada, proporciona al proyectil una velocidad superior a la pretendida, lo que termina colocándolo en órbita como un satélite artificial.
Con
posterioridad, en 1903, el ruso KonstantínTsiolkovski publicó ‘La exploración
del espacio cósmico por medio de los motores de reacción’, que es el primer
tratado académico sobre el uso de
cohetes para lanzar naves espaciales.
Tsiolkovski
calculó también la velocidad orbital
requerida para una órbita mínima alrededor de la Tierra, su valor es
aproximadamente 8 km/s. Y que se necesitaría un cohete de etapas múltiples
que utilizase oxígeno líquido O2
(l) e hidrógeno líquido H2
(l) como combustible.
En 1928, el ingeniero
de cohetes austro-húngaro Herman
Potočnik (1892-1929) publicó su único libro, ‘Das Problem der Befahrung des Weltraums. Der Raketen-motor’ (El
problema del viaje espacial. El motor de cohete), donde describe un plan para explorar
el espacio y mantener presencia humana permanente. Diseñó una estación espacial
y calculó su órbita geoestacionaria.
También describió el uso de naves orbitales
para observaciones pacíficas y militares y cómo se podrían utilizar las
condiciones del espacio para realizar experimentos científicos.
El libro
describía satélites geoestacionarios y analizaba la comunicación entre ellos y
la Tierra utilizando la radio; pero no trataba la idea de utilizarlos para
comunicación en masa y como estaciones de telecomunicaciones.
Es en 1945 cuando
Arthur C. Clarke contempló la posibilidad de los satélites de comunicación.
Elaboró toda la
logística de un lanzamiento de satélite, las posibles órbitas y otros aspectos
para la creación de una red de satélites, señalando los beneficios de la
comunicación global de alta velocidad.
También sugirió
que con sólo tres satélites geoestacionarios, se podría proporcionar cobertura a
todo el planeta. El germen de la aldea
global.
Aunque el primer
satélite artificial, el Sputnik I, no
fue colocado en órbita por los científicos soviéticos hasta el 4 de octubre de
1957, el científico Isaac Newton,
mucho antes, en 1687, ya predijo que cualquier objeto lanzado con la velocidad
conveniente, se puede convertir en un verdadero satélite.
Pero lo que
nunca pudo imaginarse el señor Newton es que el satélite fuese un traje de
astronauta.
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