La primera mujer
de la que se tiene constancia que accediera a una universidad española fue Concepción
Arenal (1820-1893), escritora vinculada al pionero movimiento feminista de
finales del siglo XIX.
Fue en 1841, de modo
que se cumple en este año 2011 el 170 aniversario. Y lo hizo como oyente en la Facultad de Derecho de la Universidad
Central, actual Universidad
Complutense de Madrid.
Pero como por
aquel entonces el acceso a la enseñanza universitaria estaba prohibido a las
mujeres, no tuvo más remedio que hacerlo disfrazada.
Disfrazada de hombre, claro, y por supuesto que no llegó a obtener título universitario alguno. Faltaría más.
Disfrazada de hombre, claro, y por supuesto que no llegó a obtener título universitario alguno. Faltaría más.
Es decir, no hay
constancia oficial de su paso por ella. O lo que viene a ser lo mismo, como si
no hubiera estado nunca.
Vestida también
de hombre, Concepción participó en tertulias políticas y literarias, luchando
así contra lo establecido en la época para la condición femenina. Fue, a qué
dudarlo, una adelantada a su época y lo suyo un primer paso.
Con
posterioridad, en los años cincuenta del siglo XIX, se crearon las Escuelas Nacionales de Magisterio en
Badajoz, Navarra y Madrid. Y a ellas sí podían ir las mujeres. Luego, en la
forma, sí eran universitarias. Otro paso.
Universitarias pero
sólo en la forma. La enseñanza que en ellas se daba a las maestras, que no así
a los maestros, apenas alcanzaba el nivel de cultura general. Es decir que, en
el fondo, no eran universitarias.
De modo que, en
puridad, no podemos hablar de mujeres con formación universitaria. Ya saben.
Por vosotras pero sin vosotras.
Por la
documentación existente sabemos que su presencia oficial, en fondo y forma, es
un hecho que no se produce hasta 1873. No es hasta finales del siglo XIX, que
hay mujeres matriculadas en las Universidades de Salamanca, Sevilla, Granada,
Santiago y Zaragoza. Un paso más.
Una presencia
que, en realidad, apenas tiene repercusión social fuera del entorno de su
ámbito geográfico. Y mucho menos a nivel nacional, donde ni existe. Ellas vienen
a ser, algo así como, una anécdota localista.
No es hasta que
las estudiantes finalizan sus carreras, y solicitan poder presentarse al examen
de Grado y realizar el Doctorado en la Universidad Central, que su existencia
se empieza a hacer evidente. Y éste ya no es un paso más.
Se trata de un
nuevo paso que significaba obtener estatuto público y visible. Una modernidad
no bien vista por casi todos. Por casi todos los hombres. Claro.
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