sábado, 23 de octubre de 2010

El asno de Buridan (y II)

(Continuación) Destacado por sus estudios de lógica y comentarios sobre Aristóteles, el bueno e irritable Buridan fue defensor del principio de causalidad.

También realizó, ya en el terreno de la ciencia, trabajos teóricos tanto en óptica como en mecánica.

Pero donde sí estuvo resolutivo nuestro hombre fue en su oposición a algunas de las ideas físicas de Aristóteles. En concreto a una de ellas.


La que planteaba la necesidad de que existiera una fuerza impulsora continua, para que un objeto permaneciese en movimiento.

Y así, el impulso inicial dado, por ejemplo, por el arco a la flecha proporcionándole movimiento, tenía que ser sustituido después por otro impulso, por ejemplo el del aire, para que aquella mantuviera dicho movimiento.

A diferencia de Aristóteles, Buridan, pensaba que el aire, lejos de impulsar, lo que hacía era frenar. Además mantenía que, una vez aportado el impulso inicial, el cuerpo se movería de forma indefinida.

La teoría del ímpetu
En realidad Buridan estaba resucitando y revitalizando la vieja hipótesis de Filopón sobre la fuerza motriz o ímpetu, como gustaba de llamarla.

Aunque aún inmadura e incorrecta en parte, en 1330, la idea de la inercia en la teoría del movimiento alcanza con Buridan un punto crítico, desde el que se proyectaría hacia su desarrollo completo.

Aunque a nivel de indicios, estaba claro que después de un impulso inicial, el movimiento constante no necesita de ninguna fuerza más.

Un desarrollo que vino de la mano de privilegiadas mentes, me refiero, ya lo habrán supuesto, a Leonardo Da Vinci, Galileo Galilei y el genial Isaac Newton con el que adquiere el status de ley, la primera ley de la Dinámica o ley de la inercia:

“Todo cuerpo continúa en su estado de reposo o de movimiento uniforme en línea recta, a menos que sea forzado a cambiar ese estado por fuerzas ejercidas sobre él”.

¡Ah! Que no se me olvide. Buridan es también autor de una paradoja, ésta muy poco conocida, y relacionada con los fundamentos de la lógica matemática. Consta de dos proposiciones:

Primera proposición: Dios existe
Segunda proposición: Ni la proposición anterior ni ésta son ciertas
Y una conclusión: Necesariamente Dios existe, pero...

O sea. Sí pero no, o todo lo contrario.

Para acabar, y volviendo al asno.

¿Qué hay de cierto en la historia?
Pues nada. Nada de nada. Ya al comienzo les comentaba el carácter apócrifo de esta historia, su finalidad entre vengativa y satírica y su, más que probable, origen aristotélico.

En efecto, dieciocho siglos antes, en su ‘De Caelo’, Aristóteles, ya se había preguntado qué haría un perro con hambre, ante dos cantidades de alimento igual de apetitosas. Si se llegaría a decidir por alguna.

Como ven la situación es la misma que la del asno pero mucho anterior en el tiempo.

Lo que sí parece cierto es que Buridan no caía bien a la gente y que se ganó una fama de hombre brillante intelectualmente, pero misterioso e incómodo en su comportamiento.

De hecho se tuvo que retirar a Alemania. Algo así como Sócrates aunque no con las mismas terribles consecuencias.

Pero no es menos cierto que no fue hasta su muerte cuando sus enemigos, los occamistas, emprendieron una campaña contra él.

Con ella consiguieron que los escritos de Buridan se incluyeran en el Index Librorum Prohibitorum de 1474 a 1481. Un mal asunto.

También fue cuando -para ridiculizar la idea del filósofo de que se puede ponderar toda decisión a través de la razón, y de que esta voluntad puede retrasar la elección de la misma- fue entonces, a posteriori, cuando sus oponentes satirizaron la idea con la metáfora del asno.

Pero eso sí lo hicieron cuando ya no estaba él para defenderse. A toro pasado que se dice. Qué valientes.

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