El 13 de marzo de 1610, se acaban de cumplir 400 años, se publicó en Venecia un libro de apenas 30 páginas, que acabaría cambiando nuestra visión y concepción del Universo.
Su título ‘Sidereus Nuncius’ (El mensajero sideral) y su autor Galileo Galilei, Galileo. En él contaba cómo con el telescopio había podido realizar tres observaciones sorprendentes.
Una. La Luna tenía montañas y valles como la Tierra. Algoinsólito para aquella época.
Dos. Existían muchas más estrellas de las que se veían a simple vista. Como él dijo: “la muchedumbre de estrellas reunidas en conglomerados". Se refería a nuestra Vía Láctea.
Y tres. Los cuatro satélites que giraban alrededor de Júpiter, que llamó "estrellas mediceanas".
Fueron tres afirmaciones extraordinarias que convirtieron al libro en un auténtico "best-seller" de la época.
Se llegaron a distribuir más de medio millar (500) de copias de la primera edición por toda Europa.
Se sabe que incluso llegó hasta la lejana China.
Ni que decir que Galileo se convirtió en un científico admirado. Admirado pero no único. En esa fáctica lucha por la fama tenía a un gran rival.
Nada menos que el que estaba considerado como el mejor astrónomo de la época: Johannes Kepler.
Una competencia que no llevaba muy bien el astrónomo toscano. Vamos que no lo soportaba. De hecho Galileo no perdía ocasión para maltratar, eso sí, de forma socarrona y taimada, al bueno de Kepler.
Un mal comportamiento que no tiene otra justificación que la envidia, soberbia y vanidad de Galileo. Y eso que Kepler siempre se portó exquisitamente con él.
No olvidemos que fue, justo la entusiasta crítica que Kepler hizo de El mensajero sideral, el desencadenante para que los científicos de entonces, aceptaran el telescopio como un auténtico instrumento científico. Y además de primera magnitud.
Y es que, hasta ese entonces, el telescopio había sido prácticamente una diversión. Una curiosidad más con la que sorprenderse. Sólo un juguete que producía ilusiones ópticas.
Sí. Una aplicación bien diferente, cualitativa y cuantitativamente, a la que contribuyó de forma decisiva Kepler y que Galileo no supo, ni quiso reconocer.
Si la envidia fuera tiña.
Volviendo al libro, enfatizar un punto más.
La descripción que Galileo hizo de los cuatro satélites de Júpiter fue, sin lugar a dudas, la demostración y culminación empírica de la revolución que unos años antes, publicada en 1543, Copérnico había iniciado con su tratado teórico 'De Revolutionibus Orbium Caelestium' (Sobre el movimiento de las esferas celestiales).
Esa era una Astronomía razonable.
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