
Son distintas para cada generación, afectan de forma diferente a cada uno, pero todas y todos las tienen, las tenemos.
Para los que nacimos en los años cincuenta del siglo pasado, la llegada del hombre a la Luna en la noche -terrestre e ibérica- del 20 de julio de 1969, es una de ellas.
Pues bien, el pasado lunes 20 de julio se cumplieron cuarenta años de esta llegada del Apolo 11. Un viejo sueño de la humanidad, que en realidad empezó a tomar cuerpo en 1961, ocho años antes.
Cuando el presidente J. F. Kennedy pronunció su ilusionante y famoso mensaje en el Congreso estadounidense: “Esta nación debe comprometerse, antes de finalizar esta década, a conseguir el objetivo de hacer aterrizar a un hombre en la Luna y retornarlo sano y salvo a la Tierra”. Todo un reto.
Un reto histórico muy recordado. Y que desencadenó la “carrera a la Luna” entre la URSS y los EEUU. Una aventura que por parte de estos últimos, movilizó un total de 400 000 hombres, 120 universidades y 20 000 empresas. Todo ello fue necesario para poner al primer ser humano sobre la superficie de nuestro satélite y traerlo de vuelta al planeta. Un hombre, claro, estadounidense.
Primer, y lunático, antecedente soviético

Al respecto se suele omitir que esta primera nave fue lanzada por la URSS, casi un año antes, el 15 de setiembre de 1968. Un lanzamiento que encierra una curiosa anécdota.
La nave soviética tenía de nombre Zond 5-B, orbitó a 1950 km de la Luna y regresó sin problemas a la Tierra. Casi igual que la estadounidense Apolo 11 podríamos pensar, pero con una diferencia fundamental: la nave rusa no estaba tripulada.
Y lo que es peor, ahora viene la anécdota, los soviéticos urdieron una trampa. Hicieron creer a los estadounidenses que sí lo estaba, que llevaba una tripulación.
Para ello colocaron a bordo de la nave una cinta magnetofónica, grabada con voces de astronautas que simulaban una conversación espacial. Se trataba de toda una patraña para desanimar al enemigo. Eran tiempos de la guerra fría, y la carrera espacial era uno de sus frentes. Debieron pensar que en la guerra, como en el amor, todo vale. Lo dijo el clásico: “Homo homini lupus”.
El caso es que en un principio, los técnicos de la NASA picaron y cundió el desánimo. Qué mala suerte. Justo cuando ellos estaban casi a punto de conseguirlo. No podía ser, pensaban. Y como no era, al poco tiempo, descubrieron el fraude.
De modo que continuaron en lo suyo. Aún podían ganar la carrera espacial. El hombre es un lobo para el hombre.
Misión Apolo 8

Y aunque no coló, los estadounidenses dijeron que bueno. Que bien estaba y que aceptaban sus disculpas. Lo hicieron así, más que nada, porque ya tenían su misión Apolo 8 lista y era muy superior a la soviética.
Los astronautas F. Borman, J. Lowell y W. Anders celebraron la Navidad de 1968, girando diez veces sobre nuestro satélite, a tan solo 100 km de altura. Recordemos que la soviética orbitó a 1950 km y no iba tripulada. De modo que fueron los estadounidenses los primeros en acercarse lo suficiente como para poderla tocar casi, casi, con los dedos.

Nada más salir del lado oscuro, una imagen azul y blanca se impuso ante ellos, viva y luminosa, era la Tierra.
Les debió de impresionar mucho pues manifestaron: “Hemos venido hasta la Luna y sin embargo lo más importante que estamos viendo es nuestro propio planeta Tierra”. Una frase para reflexionar. (Continuará).
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