domingo, 31 de mayo de 2009

Julio Verne (y III)

(Continuación). Volviendo a la nave submarina, hay algo que sí fue novedoso en el "Nautilus": su fuente de energía propulsora. No era manual, ni a vapor. Sino eléctrica.

La corriente eléctrica, un método nada común en la época. Ni siquiera se utilizaba en el alumbrado público. Sin embargo, Verne, apostó por ella.

Adelantándose a su tiempo
Una gran visión de futuro científico, a qué dudarlo. Y no fue la única. El “Nautilus” recargaba sus pilas en el fondo del mar, con las sustancias químicas allí existentes. No olvidemos que las pilas actuales se fabrican con esas mismas sustancias químicas de la naturaleza: cobre, cinc, etc, aunque eso sí, tratadas previamente.

También hablaba Verne de la electrolisis, de unir hidrógeno y oxígeno para obtener electricidad y vapor de agua. Toda una anticipación de las próximas pilas de hidrógeno, aún en fase desarrollo pero, todo lo hace pensar así, son el futuro alternativo a los combustibles fósiles.

Bibliografía futurista
Dejo en el disco duro del computador muchas, muchas, otras novelas de aventuras vernianas. En casi todas ellas una idea compartida: viajar utilizando medios no habituales. Les escribo de dos.

Una de ellas, “La vuelta al mundo en ochenta días”. La obra de mejor resultado económico del escritor y una de las pocas en la que se utiliza un medio de transporte que ya existía: el globo aerostático.

Escrita en 1872, y protagonizada por el imperturbable caballero inglés y su ingenioso criado, motivó que distintos aventureros de la época intentaran circunnavegar el mundo en menos de los ochentas días del maestro. No lo consiguieron.

He leído que una adaptación teatral que se hizo de la novela se estuvo representando durante ¡50 años consecutivos! en el teatro Châtelet de París. Increíble. Tanto como la propia vuelta en globo.

La otra novela, “Viaje al centro de la Tierra”. Escrita en 1864 es todo un tratado de geología y paleontología de la época y, por tanto, con aciertos y errores. Entre los primeros, la hipótesis cualitativa de que la temperatura aumenta conforme se desciende. Algo que ya sabían todos los mineros del mundo, desde hacía muchos años. Entre los segundos, hasta tres.

Uno. El cálculo cuantitativo que hace de dicho aumento; a 70 km de profundidad, la temperatura no es de 26 ºC como él predijo, sino de algunos centenares de grados. Dos. La constitución interna que le presupone al planeta, con enormes cavidades a gran profundidad, en las que existirían una flora y una fauna antidiluvianas. Algo imposible. Y tres. El hecho de salir del centro de la Tierra por un volcán. Bueno. Demasiado pirotécnico, aunque muy efectivo. No en vano La ciencia se compone de errores, que a su vez, son los pasos hacia la verdad.

A modo de conclusión
Mucho me temo que en la actualidad, los jóvenes no leen a Verne. Parece que más bien se llevan las historias de hechizos y anillos mágicos. De escuelas de brujería y vuelos de escobas. De general entontecimiento pseudohistórico-mistérico al estilo browniano.

La verdad es que su lectura apenas exige pensar. Por supuesto que razonar, menos. A lo mejor es por eso. En ese caso sólo cabe esperar que se trate de una moda. Porque si no, a lo peor, resulta que tiene su razón de ser. Quien sabe.

Puede que sea la misma que hace que, en los albores del siglo XXI, las credulidades y supersticiones más simples y memas sigan existiendo y prosperando. Como que la gente sigan consultando horóscopos y cartas astrales. Viendo las fantasmadas “ikerizadas” de Cuarto Milenio. O poniéndose en manos de desalmados que juegan con su miedo, su ignorancia y sus carencias.

Unos viles embaucadores que terminan por arrebatarles siempre la bolsa, a veces la salud y por desgracia, en ocasiones, la vida. Algo que, ni siquiera Julio Verne, con su demostrada sagacidad hubiera previsto y predicho para nuestros días. Y es que ya está dicho: Las personas están repletas de imaginarios seres imaginados.

1 comentario: