A pesar del tiempo que Enroque de ciencia lleva publicándose no había venido hasta ahora, a esta tribuna de divulgación científica, un escritor tan extraordinario como Julio Verne. Un error imperdonable que hoy nos prestamos a corregir.
Julio Verne (1828-1905), fue un prolífico autor con más de sesenta novelas en su haber y que, sin bien no fue el primero en abordar temas científicos, sí lo fue en tratarlos con un rigor y atractivo, sin parangón hasta entonces.
Muy lejos de la realidad está esa imagen suya de escritor infantil, sin profundidad intelectual, que las adaptaciones cinematográficas y las traducciones abreviadas han generado a lo largo del tiempo.
Verne, sin ser científico, ni ingeniero, estaba muy bien informado de la tecnología de su época. Leía todo lo que se publicaba de ciencia y tenía un magnífico equipo de asesores.
En otras palabras, tenía todo lo necesario para dar esa visión positivista y optimista de su época. Unos tiempos en los que se pensaba que la ciencia, estaba para mejorar la calidad de la vida de las personas. Qué tiempos.
En Verne se aunan la ilusión fabuladora del escritor, con el pragmatismo técnico del científico. Tecnociencia y aventura, una mezcla explosiva. Y todo en la segunda mitad del siglo XIX. Es sabido que “Todo lo que una persona puede imaginar, otras podrán hacerlo realidad”.
No obstante, nuestro escritor es más bien un pionero de la protociencia-ficción, junto con H. G. Wells, que de la, propiamente llamada, ciencia-ficción, que vendría después. Algo después.
Seguidor estricto de los principios científicos conocidos ofrece, claro, unas soluciones muy parecidas a las que, cien años después, los ingenieros astronáuticos encontrarían. Y es que para él, el viaje no es una aventura imaginada o una hazaña fabulada. Es un viaje probable, una posibilidad en ciernes.
Entre los aciertos, cabe destacar la elección del lugar de lanzamiento de su vehículo espacial, no lejos del actual Centro Espacial Kennedy, de Cabo Cañaveral, en Florida.
Conocedor de la mecánica gravitatoria de Newton, no ignora que en esa latitud, próxima al Ecuador, el radio de la Tierra es mayor, por lo que la intensidad de la gravedad es menor. Y será necesaria menos energía para elevar la nave espacial.
Además sabe que podrá aprovechar al máximo el giro de la Tierra para el impulso. Es decir, más ahorro aún. Todo esto se sabía ya en la época. Como también se conocía el valor de la velocidad de escape de nuestro planeta, (11,2 km/s). Por eso él escoge para su vehículo una de 16 km/s, que la superaba. Nada mistérico por tanto. Sólo Ciencia.
Y así, los ocupantes de la nave, sólo se encuentran ingrávidos cuando están en la zona donde se anulan los campos gravitatorios de Tierra y Luna (es el conocido punto de Lagrange). Lo que es correcto, desde el punto de vista de la ciencia.
Casi perfecto resulta también el análisis que hace de la brusca entrada en la atmósfera terrestre, con amerizaje incluido. Verne hace caer en el mar su cohete, aprovechando el cojín de las aguas del Pacífico. Mucho mejor que el duro suelo.
Y lo hace en un punto que sólo dista tres millas del lugar donde se posó el Apolo 11 al regreso de la Luna, en 1969. Fantástica realidad. (Continuará).
Julio Verne (1828-1905), fue un prolífico autor con más de sesenta novelas en su haber y que, sin bien no fue el primero en abordar temas científicos, sí lo fue en tratarlos con un rigor y atractivo, sin parangón hasta entonces.
Muy lejos de la realidad está esa imagen suya de escritor infantil, sin profundidad intelectual, que las adaptaciones cinematográficas y las traducciones abreviadas han generado a lo largo del tiempo.
Verne, sin ser científico, ni ingeniero, estaba muy bien informado de la tecnología de su época. Leía todo lo que se publicaba de ciencia y tenía un magnífico equipo de asesores.
En otras palabras, tenía todo lo necesario para dar esa visión positivista y optimista de su época. Unos tiempos en los que se pensaba que la ciencia, estaba para mejorar la calidad de la vida de las personas. Qué tiempos.
En Verne se aunan la ilusión fabuladora del escritor, con el pragmatismo técnico del científico. Tecnociencia y aventura, una mezcla explosiva. Y todo en la segunda mitad del siglo XIX. Es sabido que “Todo lo que una persona puede imaginar, otras podrán hacerlo realidad”.
No obstante, nuestro escritor es más bien un pionero de la protociencia-ficción, junto con H. G. Wells, que de la, propiamente llamada, ciencia-ficción, que vendría después. Algo después.
“De la Tierra a la Luna”
Un buen ejemplo de lo que les digo es su novela “De la Tierra a la Luna” en la que, con una gran base científica y tecnológica, Verne extrapola los límites del conocimiento de la época y hace predicciones sobre su desarrollo. Como no puede ser de otra forma, tiene aciertos y comete errores.Seguidor estricto de los principios científicos conocidos ofrece, claro, unas soluciones muy parecidas a las que, cien años después, los ingenieros astronáuticos encontrarían. Y es que para él, el viaje no es una aventura imaginada o una hazaña fabulada. Es un viaje probable, una posibilidad en ciernes.
Entre los aciertos, cabe destacar la elección del lugar de lanzamiento de su vehículo espacial, no lejos del actual Centro Espacial Kennedy, de Cabo Cañaveral, en Florida.
Conocedor de la mecánica gravitatoria de Newton, no ignora que en esa latitud, próxima al Ecuador, el radio de la Tierra es mayor, por lo que la intensidad de la gravedad es menor. Y será necesaria menos energía para elevar la nave espacial.
Además sabe que podrá aprovechar al máximo el giro de la Tierra para el impulso. Es decir, más ahorro aún. Todo esto se sabía ya en la época. Como también se conocía el valor de la velocidad de escape de nuestro planeta, (11,2 km/s). Por eso él escoge para su vehículo una de 16 km/s, que la superaba. Nada mistérico por tanto. Sólo Ciencia.
“Alrededor de la Luna”
En la continuación de la novela “De la Tierra a la Luna” titulada “Alrededor de la Luna”, Verne describe correctamente los efectos de la ingravidez.Y así, los ocupantes de la nave, sólo se encuentran ingrávidos cuando están en la zona donde se anulan los campos gravitatorios de Tierra y Luna (es el conocido punto de Lagrange). Lo que es correcto, desde el punto de vista de la ciencia.
Casi perfecto resulta también el análisis que hace de la brusca entrada en la atmósfera terrestre, con amerizaje incluido. Verne hace caer en el mar su cohete, aprovechando el cojín de las aguas del Pacífico. Mucho mejor que el duro suelo.
Y lo hace en un punto que sólo dista tres millas del lugar donde se posó el Apolo 11 al regreso de la Luna, en 1969. Fantástica realidad. (Continuará).
Ctmd!
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