martes, 28 de abril de 2009

¿Perjudican a nuestra salud las antenas de telefonía y los propios teléfonos?

Desde hace un quinquenio, son más de medio centenar los equipos de científicos internacionales que han estudiado los posibles efectos perniciosos, que tendrían para nuestra salud las ondas electromagnéticas, que generan los teléfonos móviles y sus antenas.


Ambos son dispositivos electrónicos que trabajan en una zona de frecuencia comprendida entre los 900 y los 1800 MHz, perteneciente a la banda denominada de radiofrecuencias. Pero no son los únicos aparatos de uso corriente que lo hacen. También emiten energía en bandas de frecuencia próximas a las de los móviles, el horno microondas, las estaciones de TV, las de radio, etcétera.

Las radiaciones electromagnéticas que emiten se conocen como no ionizantes, porque no poseen la energía suficiente como para extraer electrones de los átomos de la materia. Lo que implica que no pueden producir ningún daño importante en los tejidos vivos. Ninguno.

Por eso, hasta hoy, todas las investigaciones científicas independientes realizadas no muestran la menor relación entre el uso de móviles y algún perjuicio grave para la salud de las personas. Es más. No hay ningún estudio que afirme que las antenas de telefonía móvil produzcan perjuicios graves para la salud.

La carga de la prueba

Cuando hay una relación cierta entre agente y efecto, el fenómeno es fácil de demostrar. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el cáncer y su relación directa con el tabaco, la radioactividad o los rayos ultravioletas.

Fumar, exponerse a una fuente radiactiva o tomar el sol en la playa, sí produce cáncer. Estas últimas son radiaciones con energía suficiente como para romper enlaces moleculares. Y de ahí al cáncer, sólo hay un paso. Lo que además se demuestra con relativa facilidad.

Lo que ya no es tan fácil de demostrar es la relación entre el cáncer y la exposición a un contaminante medioambiental, como podrían ser las radiofrecuencias. Lo que no significa que podamos descartarla. Siempre conviene ser prudente. Pero claro, en ese caso, habremos de tirar del viejo aforismo latino. El de la "carga de la prueba", a saber: "quien hace una afirmación debe demostrarla".

Es un buen argumento contra los charlatanes, basado en el principio jurídico ‘onus probandi’ que señala quién está obligado a probar un determinado hecho: el que lo afirma. Así de rotundo.

El principio de precaución
Pero si, aún careciendo de pruebas científicas, aplicamos un elemental principio de precaución, lo que resulta evidente es que la solución de disminuir su peligrosidad no pasa por poner menos antenas y alejarlas de los centros de población.

Esto significaría, cualquiera lo puede comprender, tener que aumentar su potencia de emisión y la de recepción de los móviles. Lo que vendría a ser lo mismo. Para emitir con menos potencia, la solución son más antenas en la ciudad; no menos y más alejadas.

Todo esto suponiendo que las antenas fueran perjudiciales para las personas que viven en el bloque donde están instaladas.

Porque han de saber que las antenas de telefonía emiten en horizontal. Es decir, que los vecinos situados debajo de una antena, no deberían tener problemas por las ondas emitidas por ésta, ya que no las perciben. No hay ninguna evidencia de ello

Virtudes públicas y vicios privados
De lo que sí hay evidencia suficiente es del miedo a lo desconocido que manifiestan, casi por igual, las personas, las instituciones que las gobiernan, los medios de comunicación que la informan, las propias empresas telefónicas que las sirven y las supuestas organizaciones ecologistas que las defienden.

Entre todos no hacen más que crear una atmósfera de histeria colectiva con respecto, en este caso que nos referimos, a los acechantes peligros de las antenas de telefonía y los móviles.

Todos abogan por su eliminación, en nombre de una salud pública mejor. Y eso está bien. Están en el uso de su derecho. Es como una especie de ejercicio de virtud pública, que se proclama con la boca llena. Es fácil que se nos llene la boca en petición de derechos.

Pero claro, he aquí lo paradójico, la queremos ejercer sin tener que dejar de usar el móvil. Ni perder un mínimo de cobertura. Ni tomarnos la menor de las molestias personales. Ni renunciar a sus posibles beneficios económicos. Y eso ya no está tan bien. Porque estamos eludiendo nuestros deberes. Es un ejercicio de vicio privado, del que hablamos, ahora, con la boca chica. Y eso, si es que lo hacemos.

Como en otras situaciones humanas, la defensa de la virtud en público y la práctica del vicio en privado, van demasiadas veces, demasiado agarradas de la mano. Aunque, cómo dijo el filósofo, todo es humano, demasiado humano.

Por mera cuestión de tiempo, dejaremos para otra entrada los peligros ciertos que tienen los móviles. Porque tenerlos los tiene. No lo dude ni un solo momento.

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