viernes, 3 de abril de 2009

La Hora del Planeta (I)

Como estaba acordado, el pasado sábado buena parte del mundo apagó una pequeña parte de sus luces, durante toda una hora.

Una especie de acto simbólico a favor de la Tierra y en contra del calentamiento global, que empezó en Nueva Zelanda, al apagarse todos los generadores de diesel de las islas Chatham, un pequeño archipiélago en la costa este.

Una campaña por mejorar el medio ambiente, convocada por el Foro Mundial de la Naturaleza (WWF), que se inició en el 2007, y a la que sólo se unió un país, Australia; una sola ciudad, Sydney, y unos pocos millares de hogares y oficinas.

Un raquítico balance.

Pero que continuó en 2008 y, para entonces, ya fueron 35 países, 400 ciudades y millones de hogares los que, durante una hora, tuvieron apagadas algunas luces de sus casas, negocios, empresas, etcétera.

Hasta este año, en el que han intervenido 84 países, cerca de 3.000 ciudades y más de 1000 millones de personas las que se han unido a los 60 minutos de apagón solidario reduciendo su consumo eléctrico.

Se apagaron las iluminaciones de ayuntamientos, publicitarios, monumentos, etc. Las pirámides de Giza en Egipto, La Alhambra en Granada, la Torre Eiffel de París, la Giralda en Sevilla, el Coliseo de Roma o el puente Golden Gate en San Francisco, son algunos de los lugares emblemáticos que apagaron sus luces por un mejor futuro del medio ambiente.

Buenas intenciones, escasos resultados
Sin duda es todo un gesto por la lucha contra el cambio climático, en la que es la mayor campaña en defensa del medio ambiente de toda la historia de la humanidad.

Un gesto cargado de buenas intenciones, pero vacío de resultados positivos. Esa es la incuestionable verdad.

Con él no se reducirá de manera significativa el consumo de energía.

Aunque sí es una forma de darle voz a la población y mandar un mensaje a los líderes, que son los que toman las decisiones sobre el medio ambiente.

El mensaje de que queremos que las cosas cambien. Lo que en sí parece bueno y positivo. Pero sólo lo parece.

Ya de entrada, la responsable del asunto horero se apresura a alertarnos: “no hay que apagar todas las luces. Se trata de prescindir de todo aquello que suponga gastar energía de forma innecesaria. Pero sin comprometer la seguridad de los ciudadanos”.

Pero no dice lo que es necesario, ni lo que exige lo seguro. O sea que "mucho te quiero perrito, pero de pan poquito".

Tengo para mí que este mensaje de cambio, como tantos otros, lleva consigo una enorme falacia

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