Dicen que está basada en una historia real. La que al parecer vivieron un profesor de matemáticas, del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), y seis de sus mejores estudiantes, a los que logra involucrar en un plan: crear un equipo de Black Jack. Sí, el juego de cartas.
Primero, y a la vez que aprenden a jugar, idean un complejo sistema matemático capaz de vencer en ese juego. Después, ya se lo puede imaginar, se desplazan a Las Vegas, juegan, desbancan a los casinos y se hacen ricos. Pero... Ya está, no sigo. Así de simple.
Primero, y a la vez que aprenden a jugar, idean un complejo sistema matemático capaz de vencer en ese juego. Después, ya se lo puede imaginar, se desplazan a Las Vegas, juegan, desbancan a los casinos y se hacen ricos. Pero... Ya está, no sigo. Así de simple.
Mente y juego. Inteligencia y suerte. Ciencia y cartas. Por supuesto que no es el primero, ni será el último film, que se hace sobre superdotados, ya estén sus especiales talentos relacionados con las ciencias o con las artes. Sólo que, en este caso, le ha tocado a las matemáticas. Bueno. Bien está.
Dejo fuera de este artículo, tanto la crítica cinematográfica de la película como el grado de éxito del supuesto método científico, del que habría algo que decir. Pero lo acabo con un pensamiento. No me ha gustado la combinación de ciencia, docencia, juego y ambición. No.
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