(Continuación) Todo el proceso de la carrera exige que el rozamiento de las patas con el agua sea mínimo. Algo que es factible merced a las cavidades de aire que crean las patas y a la rapidez con las que el animal las mueve.
Si las burbujas de aire se llegaran a cerrar sobre sus pies, éstos perderían todo su poder de sustentación, y el animal se hundiría. Por eso ha de ser lo suficientemente ágil como para sacarlo antes de que ocurra. Lo consigue plegando las membranas, cerrando los dedos y extrayendo el pie a través de la burbuja. Y todo esto antes de que ésta se cierre.
De modo que, en ningún instante, “se mojan” los pies. Es una sensación falsa la que dan algunas filmaciones, sobre todo de los adultos. No se hunden en el agua los pies del basilisco, sino las burbujas de aire.
Más física para el basilisco
Hay un detalle anatómico no comentado al principio, que produce un efecto fundamental en la mecánica de la carrera. Se trata de la cola, que lleva extendida hacia atrás todo el tiempo, y con la que mantiene el equilibrio. Se trata de un efecto estático.
Se calcula que de este modo, los adultos ejercen sobre el agua una fuerza del orden del 110% de la necesaria para poder correr sobre ella. Lo justo para no tener problemas.
Por contra las crías, con menor masa, consiguen casi el 225%. Una explicación de porqué los primeros sólo recurren al “paseo acuático” en situaciones decididamente comprometidas, mientras que las segundas utilizan este modo de locomoción casi habitualmente. Es la economía de la Naturaleza.
Lagarto de Jesucristo
Por esta curiosa habilidad, en algunas regiones, es conocido como “Lagarto de Jesucristo”, recordando el pasaje bíblico de Mateo 14:22-34 que, no hay ni que decirlo, se trata del relato de un milagro.
Un hecho sobrenatural que escapa a la posibilidad de una explicación humana y por tanto natural.
Un ser humano que pretendiera emular al basilisco, debería correr sobre las aguas a 30 m/s, o lo que es lo mismo 108 km/h, muy lejos de los 12 km/h del lagarto. Una velocidad que exigiría un aporte energético 1500 veces mayor, que el que la musculatura humana puede desarrollar de forma sostenida.
Algo que se puede determinar por la Ley cuadrado-cúbica, enunciada en 1600 por Galileo Galilei. De hecho, sólo este animal entre los vertebrados es capaz de desplazarse de este modo, en esta interfase aire-agua.
Hay algunas aves palmípedas que tienen una carrera de despegue “sobre la superficie” parecida, pero no igual, y el mecanismo físico explicativo es también algo diferente.
Basilisco mitológico
Hay otra clase de basilisco. Pero no vive en este mundo. Es una criatura de la mitología griega parecida a un reptil, si bien su anatomía y poderes cambian con cada cultura.
Ya Plinio el Viejo lo describía como una culebrilla “cuyo potente veneno hace marchitarse las plantas y su mirada es tan virulenta que mata a los hombres”.
En el siglo VIII, se pensaba que era una serpiente con cuernos en la cabeza en forma de corona, basilisco significa “pequeño rey”.
Con posterioridad, en la Baja Edad Media, pasa a ser un gallo con cuatro patas, plumas amarillas, grandes alas espinosas y cola de serpiente. Aunque hay variantes anatómicas.
Lo que sí se mantiene es lo de la mirada. Todo aquel que lo mirara a los ojos, moriría. Pero si el basilisco se veía reflejado, por ejemplo, en un espejo, entonces era él el que se moría; se mataba a sí mismo. Si nosotros lo veíamos en el espejo, entonces, sólo quedábamos petrificados ¿Raro verdad?
Los seres humanos somos así, desde nuestros orígenes. Nos hemos inventado historias para poder explicar lo que no entendemos. Con el tiempo y el boca-oreja las historias se han vuelto leyendas y, algunas, han terminado siendo mitos. Aunque eso ya no ocurre. Pero claro, no siempre la ciencia ha estado a mano.
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