domingo, 30 de diciembre de 2007

Conferencia Solvay, 2007

No somos más que sistemas moleculares complejos.
J. .M. Lehn, Premio Nobel de Química en 1987

Se trata de la vigésima primera conferencia dedicada a la Química, de las cuarenta y cuatro celebradas en Bruselas desde que, en 1911, se convocara el primer Congreso Solvay.

Sin lugar a dudas, una de las reuniones científicas de mayor nivel que existen de todas las destinadas a abordar cuestiones de palpitante actualidad. Y ésta en concreto, tiene varias peculiaridades que la hacen merecedora de aparecer en esta categoría.

La primera de ellas porque hacía ya 12 años (1995) que no tenía lugar una conferencia dedicada a la Química; las tres últimas celebradas en 1998, 2001 y 2005 estuvieron dedicadas a la Física. Ya tocaba.



Durante cuatro días, medio centenar de químicos de todo el mundo han intercambiado opiniones sobre máquinas moleculares, nanoobjetos capaces de realizar movimientos controlados o de dirigir el movimiento de moléculas o de iones.

Unos artefactos con unas potenciales aplicaciones que cambiarán nuestro futuro. Al menos eso parece.

“Desde organizaciones no covalentes a máquinas moleculares”
Es el lema de esta edición. Toda una parrafada que en román paladino viene a significar, algo así como la creación de moléculas capaces de realizar trabajos mecánicos.

Lo que en la práctica se traduce, tanto en la posibilidad que se abre al hombre para reproducir de forma artificial órganos humanos, como en la capacidad de crear máquinas para explorar físicamente extremos impensables.

Órganos artificiales, mecanismos para adelantarnos a las enfermedades, sondas capaces de llegar a las zonas más recónditas de nuestro organismo... como quien dice, abrir una ventana al futuro.

Lo que no nos debe extrañar si caemos en la cuenta de que, a este selecto club de científicos sólo son invitados los físicos y químicos más relevantes del momento. En realidad esta reunión viene a estar formada por futuros premios Nobel, candidatos a premios Nobel y actuales premios Nobel.

Eso, al menos, es lo que dice su historia. Por eso tiene su importancia, aquí la segunda peculiaridad, que en ella esté invitado un español. El primer químico que llega a tan célebre club. Ahí es nada.

Toribio Fernández Otero
Es Catedrático de la U. P. de Cartagena y ha expuesto sus pioneras investigaciones en la sesión final de esta 21ª Conferencia Solvay de Química.

Otero ha logrado sintetizar unas enormes moléculas de polímeros que, inmersas en una solución salina se curvan y encogen al paso de la electricidad. Por decirlo de forma breve, plásticos que responden a señales eléctricas.

Nadie lo habría imaginado. Su importancia estriba en que el movimiento de estas moléculas es la base de la capacidad operativa del primer músculo artificial que ha desarrollado.

Es capaz de reaccionar frente a obstáculos, de responder a fuerzas externas y de arrastrar objetos. Casi podría sustituir al natural.

Orgulloso como si hablara de un hijo, dice de su dispositivo que es un músculo artificial consciente. Una conciencia primitiva, pero conciencia. En fin, ya se sabe cómo son los padres.

Subjetividades aparte, el modelo muscular español se muestra como todo un reto para el conocimiento científico. No en vano en él se aúnan tres campos que la mayoría de los científicos consideran incompatibles: mecánica, ciencia de los polímeros y electroquímica. Ya veremos quien tiene razón.

Respecto al futuro
Otero se muestra pesimista. Cualquiera que lea un poco está al tanto de la endémica burocratización de la universidad española, de lo esquelético de sus estructuras investigadoras, de la falacia del programa Ramón y Cajal para investigadores jóvenes, de la despreocupación política por la ciencia, de lo raquítico del presupuesto destinado a I+D.

En fin para qué seguir. Respecto al presupuesto I+D, este año ha sido en torno al 1% de PIB. Una cantidad ridícula si la comparamos con el 6% o el 7% que destinan los países nórdicos. No es por tanto de extrañar que, a pesar de ser la octava potencia económica del mundo, las conquistas científicas españolas brillen por su ausencia.

Ni les hablo del Nobel, del que tenemos uno. Sí, Don Santiago Ramón y Cajal. Con lo eso significa. O sea.

"De la materia a la vida:
¿La química? ¡La química!". Éste es el expresivo título de la charla con la que Jean Marie Lehn cerró el congreso de este año. Y lo hizo en un lugar poco utilizado en estos casos: la sala Flagey de la capital belga.

Un recinto más propio de conciertos musicales y proyecciones cinematográficas, que de conferencias científicas. La tercera peculiaridad de este Congreso Solvay, que tiene una más.

La charla la dio de forma abierta, para todo el público que quiso asistir. Algo inédito hasta entonces. A poco que hayan leído a Lehn se la pueden imaginar.

Una loa a la ciencia y la razón que abarca desde el Big Bang hasta nuestros días y que concluyó con el conocido epitafio del matemático alemán David Hilbert: "Wir müssen wissen, wir werden wissen" (Debemos saber, sabremos). Me gusta.

Ya hay fecha para la próxima Conferencia Solvay: octubre de 2008.

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